El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCLXVII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCLXVII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

El poema, si no marro en la explicación o interpretación que le di cuando lo compuse, habla de la sorpresa (o, mejor, de la falta de la misma, si la actitud habitual o el comportamiento, que no miento, asiduo, porque como ha devenido rutinario, ha dejado de sorprender, ya que, como es consabido, la/el tal se espera) el día del cumpleaños de Paula, ergo, pasado mañana, el próximo miércoles.

Puede que algún exégeta (él o ella) o exegeta interprete que hacer las veces de un huevo Kinder, dejar un buen sabor de boca y admirar o sorprender, es lo que intento o procuro alcanzar, coronar o lograr con cada uno de mis textos. Y, acaso, no vaya desencaminado.

Celebro mucho que te haya agradado el título, “Igual soy un Kinder huevo”, que destacas. Tal vez, los diez versos que le siguen sobren, por redundantes.

Puede que, como excepción, en algún caso (cobrar un décimo premiado dentro del plazo, verbigracia), la procrastinación, el acto de dejar la labor que sea para mañana, sea beneficiosa para el sujeto (él o ella) que la aplaza, pero, como regla general, la susodicha suele resultar perjudicial.

En esta ocasión, puedes creerme, al menos, me he propuesto mudar (y quizá lo haya conseguido) la manera de que le llegue el regalo a mi ahijada Paula. Puede que acuda a la alacena (que no tiene por qué parecerse a la casa del escudero de “El lazarillo de Tormes”, ese lugar lóbrego y oscuro, que con tus palabras casi, casi, pintas, en la primera pincelada) por cualesquiera otros motivos, donde no espera hallar el disco de vinilo (o MP3) y/o la docena de rosas, y encontrarlo(s) allí para su alegría y solaz.

Vuelves a ejercer de empedernido coñón o, en su defecto, a fungir de inveterado embustero cuando, al comentar la décima que titulé “Mientras esperaba el bus”, aseveras que “el autobús es un lugar corriente para las artes amatorias” y, aún más, si cabe, que sí, que cabe, al agregar, entre paréntesis, que “de eso ya hablaba Horacio hace siglos”. El auto(móvil), el coche, sí es verdad que todavía lo usan, de modo frecuente o habitual, muchas parejas para tales menesteres, pero Horacio escribió del arte de amar, no de hacer el amor, como se deduce (yo, al menos, así lo he colegido) al leer tu escolio, en un autobús, ya que, por aquellos cronotopos (tiempos y lugares) no los había.

Pues no. Lo debo reconocer sin ambages. Ningún vecino (él o ella) de la calle Arcos (ni de las adyacentes —he ido, puerta por puerta, proponiéndoles a todos ellos coronar lo que tú dabas por seguro—) se ha avenido a llevar a cabo tal hecho, construir con laureles y campanillas dicho arco triunfal.

En esta vida mortal, vana, ligera, no hay que dejar pasar ninguna oportunidad y menos si esta es la última. Como aconsejaba Píndaro, “aprovecha la oportunidad en todas las cosas; no hay mérito mayor”.

No comentaré nada sobre el bebé de la parlamentaria Carolina Bescansa, porque ya estoy de escuchar comentarios sobre el susodicho canso. Ahora bien, como también sostuvo el célebre poeta lírico que he mentado en el párrafo precedente, “muchas veces lo que se calla causa más impresión que lo que se dice”.

Sé que me lees y que tienes otras muchas labores que hacer. Pero he de admitir que me agradan y ayudan un montón las apostillas que haces a mis textos.

Habrá quien haya leído o lea la décima que comentas con brevedad y deduzca erróneamente que el urdidor de la misma, servidor, criticaba las explícitas y evidentes maneras de amarse que los jóvenes amantes andaban a la sazón poniendo en práctica o, tal vez, que envidiaba (ora en el momento en el que ocurrieron los hechos, ora en el que los recordé y trencé la espinela) al varón de la amorosa pareja de marras. Nada más lejos de la realidad. Que yo recuerde, a esa hora, por los alrededores de la parada del bus que hay en la tudelana (mejor, algasiana, por los ribetes mentirosos que acarrea) calle Arcos, no pasaba nadie (ese es el único e irónico embuste que contiene la anécdota o el suceso verdadero que acaeció y quería contar); ergo, no era una hora punta, sino valle (aunque, acaso, sin pretenderlo en un primer momento, saqué a la misma punta y convertí para la posteridad en punta).

Te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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