EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCLXII)
Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:
Al parecer, ese compañero tuyo de los camilos en el seminario menor de Navarrete, apellidado Santaolalla, es primo de mi amigo y excompañero, el mentado y tristemente finado José Luis Álvarez.
En lo tocante a la compasión (o, si lo prefieres, a la empatía), eso es lo que dice, precisa y preciosamente, una paremia sueca: una alegría compartida deviene (en) una alegría doble; una pena compartida resulta la mitad de una pena.
A mí, al menos, me ha afligido sobremanera la muerte de José Luis, porque fue uno de los mejores amigos que he tenido a lo largo de mi más que mediada vida; porque fue amigo y confidente recíproco mío durante los años en los que fui forjando mi carácter, mi personalidad: la adolescencia y la juventud (ya sabes que, para Max Aub, uno es de donde cursa el bachillerato); porque, junto con José Carlos Bermejo Higuera, vino a visitarme al hospital, donde estuve ingresado durante más de tres meses, después del accidente de coche que sufrimos y en el que resultó muerto mi hermano José Javier;… ; y, como colofón, por el dolor de cabeza que me procuró y padecí (había ideado la estratagema de repetir los mismos movimientos que haría yo y la llevó a cabo a rajatabla) para ganarle la final del torneo de ajedrez que organizaron los religiosos camilos de y en Zaragoza.
Lo que está claro, cristalino (por lo menos, para Otramotro, servidor), es que no todas las muertes de seres humanos nos afligen igual (porque cuenta mucho la cercanía y el roce con el finado, él o ella), ni del mismo modo.
Vi anoche en la tele esa contemporánea (o moderna, o puesta al día) versión del “Duelo a garrotazos” o “La riña” (en varios momentos de ese cara a cara, erre que erre, o error u horror, sentí vergüenza ajena, de veras), la pintura negra de Francisco de Goya y Lucientes, que, acaso sea la que la posteridad interprete algún día como la última muestra o el canto del cisne del bipartidismo.
Que el 80% de los españoles piense/n así, de ese idéntico modo, es una hipérbole manifiesta, notoria, pero quien vive a la vera del Ebro/orbe (aunque no beba su agua) tiene por axioma o sabe, a ciencia cierta, que el susodicho río (no, no me río del río Manzanares) provoca, como regla general, ora por aumento, ora por disminución, esa figura literaria o recurso retórico, la hipérbole o exageración.
Si de vez en cuando (o de cuando en vez) no perdiéramos nuestro preciado y precioso tiempo en idioteces o memeces, tal vez, tampoco sabríamos apreciar con la debida justeza cuándo lo dedicamos a lo precipuo, a lo que de verdad merece la pena hacer (o dejar de hacer), decir (o callar) o coronar. Y es que, como arguyera, dándole la vuelta al argumento, Baltasar Gracián y Morales, “esta es la ordinaria carcoma de las cosas: la mayor satisfacción pierde por cotidiana y los hartazgos de ella enfadan la estimación, empalagan el aprecio”.
Te saluda, aprecia, agradece y abraza
Ángel Sáez García
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