El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCLXI)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCLXI)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

A veces, con alguna frecuencia (te consta que trenzo algunos de mis escritos con bastantes días de antelación sobre su fecha de publicación), me resulta complicado, difícil, recordar qué persona o hecho concreto motivó la urdidura (o “urdiblanda”) de la epístola, poema o relato que ha aparecido publicada/o en nuestra bitácora, el blog de Otramotro, quien firma estas líneas o renglones abajo.

Está claro, cristalino, que, aunque en la espinela uso un repertorio de vocablos que tienen que ver con el ámbito marino (no obstante mi reconocida pasión y pulsión por las montañas, quiero decir, por los senos femíneos), me refiero a los atributos o las prendas de una mujer de bandera, venusta, que, acaso porte el nombre de Mar (María del Mar) y hasta este mismo iterado, Marimar (o Marymar). Una mujer que, tal vez, se llame Mar (o una de las variantes propuestas) es el resumen completo de la belleza, la poesía y la verdad. No es extraño, por lo tanto, que servidor haya venido a caer de hinojos ante la compleja realidad que (en su intelecto, el día de la escritura y el de la lectura) lo completa o complementa, el (o la) mar y la montaña (mar y montaña).

Para mí, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría no es una hembra de armas tomar (en el sentido de “de cuidado”, “sospechosa o peligrosa”) y sí (en el sentido de “preparada para coronar empresas arriesgadas”). Es la persona que ostenta un cargo dentro del Gobierno de España que me merece el mayor de los respetos, porque me parece la más competente del mismo, pero, como suelo añadir cuando hablo de mis gustos personales, acepto discrepancias.

Como, tras leer mi décima, has hecho lo propio en el tercero de los párrafos de tu primer escolio, porque, no me negarás que, con el breve relato de la visita que hiciste a la odontóloga que te salvó la muela, has llevado a cabo un tratamiento, que no miento, literario parecido, similar, al mío, no agregaré nada más al respecto.

Si la muerte de cualquier persona nos disminuye, un poco más nos empequeñece aún que las personas que han perdido su vida trabajaban para y por que nosotros disfrutáramos de libertad y seguridad en nuestra sociedad.

Abundando en lo escrito en el párrafo anterior, al menda todavía le ha entristecido más, si cabe, que sí, por razones obvias, conocer el inesperado óbito de José Luis Álvarez Santaolalla (que en paz descanse), uno de sus compañeros (durante siete años) en los Camilos (en Navarrete y Zaragoza), luctuoso hecho del que tuvo noticia (pésima nueva, sin duda) ayer media hora antes de la media noche. Ya ha aparecido aquí la primera de las tres décimas que ha urdido servidor, como pequeño homenaje, en su recuerdo y prez u honor.

Te ruego una oración para él (porque sé que eres creyente). Al resto de los lectores, ora ellas, ora ellos, en el supuesto de que sean agnósticos, escépticos o, sencillamente, ateos, con especial encarecimiento, que no miento, que manden buenas vibraciones a sus apenados deudos y amigos.

Desde Algaso, ciudad que suele aparecer (otras/os dirán que ocultarse) tras disiparse la niebla tudelana, a la orilla del Ebro, anagrama de orbe, te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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