El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCLIII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCLIII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Las/os inspectoras/es de Hacienda (sospecho, intuyo), si hacen bien su trabajo (quiero decir, si no son venales), deben solicitar a los ciudadanos (ellas y ellos) que investiguen que corrijan, en el caso de que los hayan cometido, claro, los pocos o muchos errores, voluntarios e involuntarios, hallados por ellas/os, que lleven a cabo la de los mismos enmienda.

Pablo Iglesias Turrión (consciente de la verdad que subyace en muchas de las contradicciones que le achacan a él y a su partido y/o de que son evidentes las orejas del lobo que ha visto) ha tenido que centrar su discurso y/o templar sus maneras o modos, ya que no está dispuesto a darse otro batacazo como el que se llevó en las pasadas elecciones catalanas.

Nuestro monarca actual, al parecer (ojalá esto suceda desde su nacer como rey hasta su perecer como tal), ha aprendido de los yerros propios y ajenos (ha escarmentado en cabeza aneja). Como escribió en letras de molde Mark Twain, seudónimo literario de Samuel Langhorne Clemens, “es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda”.

En el capítulo IX de “The Mysterious Stranger” (“El forastero misterioso”), publicada póstumamente, en 1916, Mark Twain escribe lo siguiente (lo transcribo tal cual, para ver si nos ayuda a tener más claras las cosas de la guerra): “Jamás hubo una guerra justa, jamás hubo una guerra honrosa, por la parte de su instigador. Yo miro en lontananza un millón de años más allá, y esta norma no se alterará ni siquiera en media docena de casos. El puñadito de vociferadores (como siempre) pedirá a gritos la guerra. Al principio (con cautela y precaución) el púlpito pondrá dificultades; la gran masa, enorme y torpona, de la nación se restregará los ojos adormilados y se esforzará en descubrir por qué tiene que haber guerra y dirá con ansiedad e indignación: —Es una cosa injusta y deshonrosa, y no hay necesidad de que la haya—. Pero el puñado vociferará con mayor fuerza todavía. En el bando contrario, unos pocos hombres bienintencionados argüirán y razonarán contra la guerra valiéndose del discurso y de la pluma, y al principio habrá quien les escuche y les aplauda; pero eso no durará mucho; los otros ahogarán su voz con sus vociferaciones y el auditorio enemigo de la guerra se irá raleando y perdiendo popularidad. Antes que pase mucho tiempo verás este hecho curioso: los oradores serán echados de las tribunas a pedradas, y la libertad de palabra se verá ahogada por unas hordas de hombres furiosos que allá en sus corazones seguirán siendo de la misma opinión que los oradores apedreados (igual que al principio), pero que no se atreven a decirlo. Y, de pronto, la nación entera (los púlpitos y todo) recoge el grito de guerra y vocifera hasta enronquecer, y lanza a las turbas contra cualquier hombre honrado que se atreva a abrir su boca; y finalmente, esa clase de bocas acaba por cerrarse. Acto seguido, los estadistas inventarán mentiras de baja estofa, arrojando la culpa sobre la nación que es agredida, y todo el mundo acogerá con alegría esas falsedades para tranquilizar la conciencia, las estudiará con mucho empeño y se negará a examinar cualquier refutación que se haga de las mismas; de esa manera se irán convenciendo poco a poco de que la guerra es justa y darán gracias a Dios por poder dormir más descansados después de este proceso de grotesco engaño de sí mismos”.

Telerrealidad y fútbol, sí. Las maneras de manipular al pueblo ahora no han mudado mucho de la que usaban los romanos con la plebe otrora: “panem et circenses” (“pan y juegos circenses”).

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Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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