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Ángel Sáez García

Apostillas al prólogo de la primera parte de «Don Quijote»

APOSTILLAS AL PRÓLOGO DE LA PRIMERA PARTE DE “DON QUIJOTE”

Cervantes, desde el prólogo de “Don Quijote”, empieza a sorprendernos gratamente a sus lectores con el uso magistral que hace de la ironía y su añagaza de los varios autores de su inmortal novela:

“Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?” (…) Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres (…) y, así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.

(Cervantes, antes de arrancar o de echar a andar su obra, ya se pone a jugar con el lector en esa delgada o fina línea fronteriza que separa las burlas de las veras y viene a decirle —con la boca pequeña— que ambicionaba lograr algo que, al fin o a la postre, —no— ha conseguido. Tengo para mí que no ha podido borrar del todo el ápice o la pizca evidente, al menos, de falsa modestia, sin duda, que cabe hallar en esa flor de inconcusa fragancia que se echa y hay tras “lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno”. En el prólogo ya nos advierte Cervantes de las diversas autorías de “Don Quijote”, al señalar su mera condición de padrastro.)

“Solo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

(Ese juego de espejos o hábil manejo de la ironía que es el prefacio continúa al comentar Cervantes su deseo e intención de que su obra no tuviera prólogo ni sonetos laudatorios, pero porta el uno y lleva los otros. Estando un día absorto, sin gravitar o merodear sobre su caletre el estro que le brinde y procure la necesaria inspiración, repentiza en un pispás la solución a su problema al imaginar que llega un amigo mago a su casa que le da la clave para escribir el prólogo que nosotros, sus lectores, estamos ahora, por arte de birlibirloque, leyendo.)

“(…) También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes, bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.

(Cervantes vuelve a echar mano de la falsa modestia para dar cuenta de su incapacidad, pocas letras y pereza para escribir el prólogo, un prodigio que viene a demostrar todo lo contrario y que queda resuelto por la vía de la invención del amigo, —f—autor del prefacio, y de su imaginativa eficacia.)

“—Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

(En esa muga que separa el pago de los elogios de la heredad de los baldones, en la que se encuentra tan a gusto y mueve como pez en el agua Cervantes, entra a impartir su lección magistral y repartir caricias y mandobles, su amigo o alter ego, quiero decir, él mismo.)

“—Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís, porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.

(Cervantes parece venir a decir aquí que la mentira puede llegar a ser beneficiosa, al esconderse tras ella una gran verdad, y que al mendaz no le van a cortar la mano con la que trenzó el embeleco, porque toda forma de literatura, aun la más verosímil, lo es.)

“Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy (…) Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que, si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

(Cervantes nos avisa en el prólogo, pleno de ironía, de lo que nos aguarda a los lectores de su obra: más ironía y, por lo tanto, humor hilarante, o sea, risas sin cuento.)

“Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones, que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo, en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto Dios te dé salud y a mí no olvide. Vale.

(Cervantes, para finar la pieza preliminar, al parecer, sumerge su asperges en el acetre y, bendiciendo al amigo, a quien plagia sin rubor, se bendice a sí mismo, pues él, verdadero autor de la idea, ha quedado a ojos del lector como lo que era su deseo, buen argumentador, discreto razonador, diligente consejero, oportuno suministrador de la historia del célebre don Quijote de La Mancha y su fiel escudero Sancho Panza, que, ciertamente, le valdrán ser reputado por sus atentos lectores un autor inolvidable, imperecedero.)

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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