El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CLXXIX)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CLXXIX)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

A mí me ocurre, mutatis mutandis, tres cuartos de lo que le pasaba a don Miguel de Unamuno (y acaso esa sea la razón por la que adopté —tras ver desplegado el completo abanico, opté por— el seudónimo de Otramotro para servidor) y Jugo, que advierto en mí una lucha constante o pugna eviterna entre razón y fe, entre el ser racional que soy y el ser transcendente que intuyo ser. En la conferencia que lleva(ba) el título de “Nicodemo el fariseo”, que leyó el 13 de noviembre de 1899 en el Ateneo de Madrid, Unamuno dijo: “Cuando la razón me dice que no hay finalidad transcendente, la fe me contesta que debe haberla, y como debe haberla, la habrá. Porque no consiste tanto la fe, señores, en creer lo que no vimos, cuanto en crear lo que no vemos. Solo la fe crea”. Como Unamuno escribe en su “Diario íntimo”, “más que creer, quiero creer”.

Por mor de la brevedad (ya sabes que soy un epígono de don Baltasar Gracián), a mí me sirve la definición que el excelente actor que fue José María Rodero dio de talento: “El talento no es un don celestial, sino el fruto del desarrollo sistemático de unas cualidades especiales”. Unas/os, que acaso las llamen genes, las advierten y hacen el esfuerzo de acrecentarlas, otras/os ni hacen una cosa, ni la otra.

En el supuesto de que mi décima sea o contenga una clase de catequesis, la lección me la doy a mí mismo, quiero decir que no se la doy a nadie que no sea yo.

Habrá quien vea en la primera quintilla una suerte de epítome de la oración del padrenuestro (en su versión corregida, enmendada o remozada, como, siendo un postulante —nos/me la enseñó en Navarrete el padre camilo Salvador Pellicer—, la aprendí en francés). Cuando trencé la décima, mi pretensión fue que hiciera las veces de tal. Ergo, habrá dado de lleno en el blanco o centro de la diana.

Habrá quien vea en la segunda quintilla el aleccionador consejo de Confucio que, tras mil y una vicisitudes, ha llegado sano y salvo hasta nuestros días y nosotros: “El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro (aún) mayor”. Bueno, pues quien haya deducido lo que acabo de aducir tampoco habrá marrado.

Pésimos ejemplos son los de algunos monseñores, sin duda. En alguna décima (ignoro ahora mismo si la he publicado o está por publicar) reciente recordaba, sin mentar, los de Tarcisio Bertone y los que aludes o nombras directamente.

Ya he contestado arriba a que yo soy el destinatario señero, único, de dicho mensaje. Si alguien se suma, fue, es y será bienvenido. Seguramente, todas/os, como los seres imperfectos que somos, nos quedaremos a medio camino.

Mucho me temo que, mientras el mundo siga siendo inmundo, que continuará siendo mientras el hombre no sea el hombre honesto que buscaba de día por las calles de Atenas, portando una lámpara encendida, Diógenes de Sínope, el cínico, ocurrirán desmanes parecidos al que mencionas.

Sostengo que, a la postre, poco importa el modo (imperativo o indicativo) del verbo (quiero decir —conviene poner suma atención en esto o mucho ojo—, no medio) si la antorcha, llama o vela sirve para prender otra antorcha, llama o vela.

Lo hice de manera premeditada. No creo que sea el único caso que quepa hallar entre (los títulos de) mis décimas.

Para completar o complementar lo que te he apostillado arriba, cuando me dirijo a mí mismo, me estoy dirigiendo implícitamente también al resto de los seres humanos, y viceversa. Cambiando lo que debe ser cambiado, cabe encontrar aquí una mera variante o versión de la misma idea que uno puede leer en el Talmud (cap. 4, 22a y 37a) y en el Corán (sura 5, 32) y escuchar mientras ve la película “La lista de Schindler”, dirigida por Steven Spielberg y estrenada en 1993: “quien mata a un ser humano es como si matase a la humanidad, y quien salva una vida es como si hubiese salvado al mundo entero”.

Te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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