El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CLXIX)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CLXIX)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Es una décima dialogada, aunque a alguien pueda parecer el centro u ombligo (ónfalo) del mundo, donde cruzaron sus vuelos las dos águilas que liberó Zeus desde dos puntos opuestos del orbe, donde la tradición sitúa el celebérrimo oráculo de Delfos, en el santuario de Apolo, a los pies del monte Parnaso, en la región de la Fócida. Con la espinela que comentas pretendía lograr (aunque —a la vista está— no lo he conseguido —pero la vida competitiva que llevamos los seres humanos todos, no solo los ciudadanos de este país, España, sigue demostrando bien, a las claras, que no todo lo que se intenta se alcanza o corona—) metamorfosearme en un debate mínimo entre dos, el menda, servidor, Otramotro, y Egomet, o sea, yo mismo. Estos diálogos, que son benéficos para quien gestiona esta bitácora, acaso no agraden a quien/es no los entienda/n. La locura que contienen o encierran en sí mismos es, precisamente, la que cura o salva a su mente de la propia locura que lo acecha a cada instante. Por lo tanto, la locura que desprenden, destilan, exudan o sudan es, velis nolis, de grado o por fuerza, quieras o no quieras, la que mantiene su cordura incólume y en pie.

Así es; se trata de otro diálogo entre algunos de mis heterónimos (de los otros que también soy yo) o del menda con el cronotopos (espacio y tiempo) que le ha tocado vivir (me temo que, sin querer o, acaso, voluntariamente, he plagiado una de las definiciones que dio de poesía don Antonio Machado o, tal vez, este pensamiento de don Octavio Paz: “solo seremos nosotros mismos si somos capaces de ser otro”).

Como lo que te voy a contar a continuación no cuadra o encaja con el vocablo de secreto, no te venderé mi libertad: quien inventó el pararrayos y cuyo rostro aparece en los billetes de cien dólares norteamericanos fue, ciertamente, autor de la frase que recuerdas, donde queda claro, cristalino, que la libertad y la seguridad no son cromos susceptibles de ser intercambiados. Quien prueba a jugar con mudar la una por la otra suele comprobar cómo estas se esfuman, quiero decir, se queda sin ninguna de las dos.

Lamento la reciente pérdida de Jorge Alberto Rípoli. No conocía la frase de Joe Rígoli. Me suena a otra de quien te deja a gusto si lees, san Agustín: “No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”. Me quedé con su perseverante: “Yo sigo” (cuando interpretaba el rol de Felipito Takatún).

El viernes, en Cornago, al acabar la primera sesión de baile, saludé a dos de tus allegados o deudos.

Acudí a casa de tus padres el sábado y le entregué la décima que publicaré aquí el próximo viernes, día seis de los corrientes, a tu padre. Luego saludé a la destinataria de la misma, tu señera y señora progenitora, a la salida de misa en honor del santo de los consabidos cordones y las esperadas rosquillas. Bajamos juntos de la iglesia de san Pedro.

A pesar de la manifiesta locura que hoy, para variar, te he procurado (espero haber contribuido a curar con la misma no sólo mi locura, sino también la de otro/a/s), me despido como de costumbre, saludándote, apreciándote, agradeciéndote y abrazándote.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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