El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CLX)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CLX)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Tengo para mí que la risa es el único medicamento que no tiene contraindicaciones, pero, como la realidad se impone, me veo impelido u obligado a completar la idea, quiero decir, a continuar aseverando lo obvio, que la susodicha es susceptible de tener perniciosos efectos colaterales secundarios.

He escuchado con atención las palabras del Sumo Pontífice (“Matar en nombre de Dios es una aberración (…) Es verdad que no se puede reaccionar violentamente, pero si Gasbarri, gran amigo, dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal! (…) No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No se puede burlarse de la fe. No se puede”), el vicario de Cristo, en plata, el papa Francisco, que ha echado mano de su libertad de opinión para manifestar lo que he recogido arriba. Bueno, pues, como a mí, ejerciendo idéntica libertad, me ha nacido dar mi parecer al respecto, debo decir que coincido en parte (el grueso) y discrepo en parte (al final) de su criterio. Contravendría el octavo mandamiento, esto es, mentiría como un bellaco, si dijera amén a todo lo aducido por él. A mí, por ejemplo, me ha provocado, sin querer, seguramente, pero lo ha hecho. Está claro, cristalino, que no se debe (se puede, pero uno deberá acarrear luego con las consecuencias) calumniar ni injuriar a nadie, porque ese tal puede ir a un juzgado a hacer valer sus derechos y querellarse contra el calumniador o injuriador, pero la religión, la fe, quedan en un ámbito o esfera que tal vez pueda ser objeto de mofa. Tengo para mí que lo respetable es el hombre y su facultad de pensar y expresar lo pensado; pero, si un sujeto dice idioteces o lo que yo entiendo que son absurdidades, más que en mi derecho, estoy en la obligación de hacerle ver que ha marrado, de darle mi opinión, que, quizás le sirva, o quizás no. Es lógico y normal que quienes creen lo manifiesten, pero, asimismo, también es igual de lógico y normal que quienes no creen, sean ateos, escépticos, agnósticos,… y consideren que las religiones son una de dos, o adormideras o, sencillamente, fraudes, puedan aducirlo con semejante libertad de opinión.

Lo dicho por Jorge Mario Bergoglio, el vicecristo o sucesor de San Pedro, me ha recordado lo que refiriera otro Jorge, de apellido Burgos, el ciego y blanco (por el color del pelo y de sus ojos) personaje de Umberto Eco. En “El sublime objeto de la ideología” (México, Siglo XXI, 1992), el filósofo y crítico esloveno Slavoj Zizek sostiene que “lo que perturba en ‘El nombre de la rosa‘ sin embargo, es la creencia subyacente en la fuerza liberadora y antitotalitaria de la risa, de la distancia irónica. Nuestra tesis aquí es casi exactamente lo opuesto a esta premisa subyacente en la novela de Eco: en las sociedades contemporáneas, democráticas o totalitarias, esa distancia cínica, la risa, la ironía, son, por así decirlo, parte del juego. La ideología imperante no pretende ser tomada seriamente o literalmente. Tal vez el mayor peligro para el totalitarismo sea la persona que toma su ideología literalmente —incluso en la novela de Eco, el pobre Jorge, la encarnación de la creencia dogmática que no ríe, es ante todo una figura trágica: anticuado, una especie de muerto en vida, un remanente del pasado, y con seguridad no una persona que represente los poderes políticos y sociales existentes”.

Como aduzco en la décima que titulé “Ríete todos los días”, no solo es bueno, sino óptimo reír, sonreír, y hasta carcajearse de todo y de todos, incluso de uno mismo.

In illo témpore, allá por la alta Edad Media, en la Europa germánica, los sacerdotes, mientras celebraban la misa pascual, buscaban divertir a los fieles diciendo y haciendo chistes y gestos obscenos ante el altar. Esta costumbre era conocida como risus paschalis. La risa y aun el sexo eran manifestaciones normales de la vida habitual de aquellas gentes a las que les hubiera resultado extraño que una religión las prohibiera o vetara.

Y termino con una larga cita: “Desde el momento en que vemos el Cordero, podemos reír y podemos dar gracias; gracias a él también nosotros comprendemos qué significa adoración. Todas las palabras del Resucitado llevan en sí la alegría —la sonrisa de la liberación: ¡Si vierais aquello que yo he visto y veo!—, si un día alcanzáis a ver el todo, entonces reiréis. Hubo un tiempo en el que el risus paschalis, la risa pascual, era parte integrante de la liturgia barroca. La homilía pascual debía contener una historia que suscitase la risa, de tal modo que la iglesia retumbase en carcajadas. Esta podía ser una forma un poco superficial y exterior de alegría cristiana. Pero, ¿no es en realidad algo muy bello y justo el hecho de que la risa se hubiese convertido en un símbolo litúrgico? Y ¿no nos gusta quizá que en las iglesias barrocas escuchemos todavía, por el juego de los amorcillos y de los ornamentos, la risa en la cual se anunciaba la libertad de los redimidos? Y ¿no es un signo de fe pascual el hecho de que Haydn dijera, respecto a sus composiciones, que al pensar en Dios sentía una alegría cierta y añadiese: ‘Yo, que apenas quería expresar palabras de súplica, no podía contener mi alegría, y hacía lugar a mi ánimo alegre y escribía allegro sobre el Miserere’? La visión de los cielos del Apocalipsis dice lo que nosotros vemos en Pascua a través de la fe: el Cordero muerto vive. Puesto que vive, nuestro llanto termina y se convierte en sonrisa. La visión del cordero es nuestra mirada a los cielos abiertos de par en par. Dios nos ve y actúa, si bien de forma diversa a como pensamos y a como nosotros quisiéramos imponerlo. Sólo a partir de la Pascua podemos en realidad pronunciar de un modo completo el primer artículo de fe; sólo a partir de la Pascua éste se ve cumplido y consuela: yo creo en Dios, Padre omnipotente. De hecho, sólo a partir del Cordero sabemos que Dios es realmente el Padre y es realmente omnipotente. Quien lo ha entendido no puede estar ya verdaderamente triste y desesperado. Quien lo ha entendido opondrá resistencia a la tentación de ponerse del lado de los verdugos. Quien lo ha comprendido no experimentará la angustia extrema cuando él mismo esté en la condición del Cordero. Puesto que se encuentra en el lugar más seguro. La Pascua nos invita, en resumen, no sólo a escuchar a Jesús, sino, en el instante en el que se le escucha, a aprender a ver desde el interior. La máxima solemnidad del calendario litúrgico nos anima, mirándole a Él, a Aquel que ha muerto y ha resucitado, a descubrir la apertura en los cielos. Si comprendemos el anuncio de la resurrección, entonces reconocemos que el cielo no está totalmente cerrado más arriba de la tierra. Entonces algo de la luz de Dios —si bien de un modo tímido pero potente— penetra en nuestra vida. Entonces surgirá en nosotros la alegría, que de otro modo esperaríamos inútilmente, y cada persona en la que ha penetrado algo de esta alegría puede ser, a su modo, una apertura a través de la cual el cielo mira a la tierra y nos alcanza. Entonces puede suceder lo que prevé la revelación de Juan: todas las criaturas del cielo y de la tierra, bajo la tierra y en el mar, todas las cosas en el mundo están colmadas de la alegría de los salvados. En la medida en la que lo reconocemos, se cumple la palabra que Jesús dirige en la despedida, en la que anuncia una nueva venida: ‘Vuestra aflicción se convertirá en alegría’. Y, como Sara, los hombres que creen en virtud de la Pascua afirman: ‘¡Motivo de alegre sonrisa me ha dado Dios: quienquiera que lo sepa, sonreirá conmigo!’”.

Tal vez, dilecto Jesús, si has llegado hasta aquí sin saltarte un solo renglón del luengo epígrafe, te preguntes quién redactó tales líneas. Pues, acaso te sorprendas al conocer que el autor de las mismas fue un alemán, Jozeph Ratzinger, el otrora vicediós y hoy papa emérito Benedicto XVI.

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Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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