EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CXXX)
Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:
Si tenemos y/o tomamos en cuenta la primera acepción que de dicho verbo, “adular”, da el DRAE, “hacer o decir con intención, a veces inmoderadamente, lo que se cree que puede agradar a otro” (sea ella o él), tengo para mí que la susodicha linda o raya con los significados de mentir, fingir, aparentar. Por lo tanto, advierto un notorio pleonasmo en la redundante locución que usas, “adulador de mentirijillas”.
Como uno, servidor, el menda, pretende ser decente a la hora de pensar, de decir y de hacer, intentará seguir este consejo o recomendación de Dave Weinbaum: “Decir la verdad, cuando sabemos que nos pesará, es la mejor prueba de honradez”.
Ahora bien, aunque la crítica fundada, fundamentada, el examen o juicio justo sobre nosotros o lo nuestro, es infinitamente mejor, más educativa/o, que la alabanza de nuestras cualidades o los méritos de lo hecho por nosotros, coincido contigo en que, ciertamente, de vez en cuando (o de cuando en vez), a mí me (y a mis heterónimos y/o seudónimos nos) sienta estupendamente un elogio. Por supuesto que me ha acontecido tal cosa. Puedes releer las primeras líneas de este párrafo, que contienen mi contrita confesión, por si te ha quedado algún ápice de duda al respecto.
Si no te parece mal, que intuyo que no, empezaré a contestar a tu segundo comentario por su pregunta final. Si criticar significa decir lo bueno y lo malo que te ha parecido algo, lo que sea, una novela, un poema, una obra de teatro, un partido de fútbol, un programa de cocina o un comportamiento, verbigracia, deberemos mencionar, antes o después de los errores, los aciertos. Ya sabes a quién tomo como arquetipo, dechado o modelo cuando critico, a don Antonio Machado. Las normas o consejos básicos para llevar a cabo dicha actividad los aduce por boca de uno de sus álter ego, Juan de Mairena: “Si alguna vez cultiváis la crítica literaria o artística, sed benévolos. Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad del bien, en vuestro caso, deseo ardiente de ver realizado el milagro de la belleza. Sólo con esta disposición de ánimo la crítica puede ser fecunda. La crítica malévola que ejercen avinagrados y melancólicos es frecuente en España, y nunca descubre nada bueno. La verdad es que no lo busca ni lo desea”.
Mira si me suenan los ejemplos que me has propuesto que, desde el cariño que te tengo, te diré que la etopeya que has hecho de “esa persona” es evidente (a mí así me lo parece, al menos) que peca o cojea de lo que Machado (vestido de Mairena) achaca a “avinagrados y melancólicos”. Una persona ecuánime, neutral, opinará tras ver la manera de proceder de dos. En el supuesto de que tú seas uno de esos dos, el retrato que has hecho del carácter y las acciones del otro, cuadra con el/las de un demonio, o casi, un pésimo líder que, seguramente, no ha leído a Paul Valéry: “Un jefe es un hombre que necesita a los demás”.
Desea y espera que estas líneas te sirvan de alguna ayuda quien aprovecha la oportunidad para, una vez más, confirmar que te saluda, aprecia, agradece y abraza, tu amigo,
Ángel Sáez García
[email protected]