EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CXV)
Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:
Seguramente, el padre camilo Pedro María Piérola García, allí donde esté, se sentirá ledo, contento, de haber contribuido a formar como ciudadanos o personas a cuantos escribimos, hablamos o recordamos anécdotas protagonizadas por él con un cariño semejante al que él sembró en nuestros corazones y ahora sale a espuertas de nuestros sanctasanctórums.
Celebro que te haya agradado el poema. Mi hermano José Javier, que lo apreciaba tanto como llegué a estimarlo yo, fue quien me espoleó, desde solo sabe Dios dónde, a urdir los catorce versos endecasílabos que conforman el soneto que comentas.
La paradoja que has urdido en el arranque de tu otro escolio (dividido en tres), ciertamente, tiene entidad y hasta calibre. Entiendo que con la canícula, el calor, el bochorno, tengas pocas ganas de hacer algo de provecho. No me parece mala la metáfora que identifica a la nada con un cuchillo (al que, si le falta el mango, chillo; pero, si también carece de hoja, se queda, evidentemente, en la misma nada).
Tienes la rara habilidad (a la que no cabe hallar, sin embargo, un ápice o una pizca de malicia —alguna otra vez te lo he manifestado—) de hacer una gracia de un asunto al que no se la veo por ningún lado. El cura y la monja andaban haciendo un trabajo digno de alabanza en el continente negro. Si el sacerdote y/o la sor fueran deudos o amigos míos, tu comentario me hubiera molestado aún más de lo que ya lo ha hecho. Pero, como cada uno es como es, compruebo que sigues por la misma senda o con el mismo humor cuando refieres la alergia, felizmente superada, de tu señora madre. Celebro mucho este hecho.
A propósito del olvido de Pujol (y las presuntas malas artes de su prole), solo espero que todo quede aclarado o diáfano, como el agua clara. Y, si las supuestas susodichas se prueban, ¡a atenerse a las consecuencias!
Lamento tus malos humos por la avería del extractor que eliminaba los tales. A ver si se soluciona pronto el problema.
Siento, asimismo, contrariedad y pena por la pérdida humana que das a entender. Ya sabes que no olvido los clásicos versos de John Donne: “(…) La muerte de todo hombre me disminuye (…)”.
Ilusiónate con los felices días venideros de septiembre.
Te saluda, aprecia y abraza (y, en tu nombre, hace extensivos los significados de esos verbos a todos los tuyos)
Ángel Sáez García
[email protected]