El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (LXX)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (LXX)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

En la décima que, una vez arreglado el diuturno problema, te sirve para reanudar tus comentarios a mis urdiduras y “urdiblandas” (y no sabes cuánto te agradezco —aunque intuyo o sospecho que sí lo sabes, eso, un montón— que vuelvas por tus fueros), apostilla que, a pesar de su brevedad, destila o exuda exhaustividad, advierto dos claras fuentes o influencias en la creación o recreación de la misma (pero no faltará el lector —o lectora— de turno que repare en más, seguro): el mito de Pigmalión (en este caso, la estatua esculpida no es —no se llama— Galatea —“blanca como la leche” o la nieve, mejor—, sino Dorotea —“regalo o don de Dios o diosa”—) y la película “Atrapado en el tiempo” (vulgo, “El Día de la Marmota”, por ser su título en inglés), donde Phil Connors (Bill Murray) hace un busto de Rita (Andie McDowell) con nieve. Conoce tan bien el rostro de su amada que podría esculpirlo con los ojos cerrados, (le) comenta.

¡Feliz día de san Valentín a todas/os las/os enamoradas/os (yo lo estoy y sigo felizmente casado con la literatura)!

Quise escribir (gracias, por ayudarme a enmendar el yerro) lo que ahora aparece (“Hizo, mas no montó un cisco”), tras la oportuna corrección.

Mi corazón abundó en o asintió las palabras de Francisco. No viví ese alboroto, pero lo que ocurrió en los corazones de los demás lo ignoro. Lo que aconteció en el tuyo ya no, porque has dejado aquí tu parecer al respecto.

Al final de la película “El club de los emperadores”, dirigida por Michael Hoffman en 2002, el profesor William Hundert, que, al principio de la misma había afirmado que, tras los años transcurridos, vividos, solo estaba seguro de dos cosas (la segunda que había aseverado era que “el carácter de un hombre es su destino”, frase de Heráclito), asegura que, “por mucho que tropiece, un profesor debe confiar siempre en que, con el aprendizaje, se pueda cambiar el carácter de un chico y, así, el destino de un hombre”.

No puedo negar a ciencia cierta (tampoco afirmar, que conste) que algunas de mis virtudes y muchos de mis defectos no sean los mismos que tienen los protagonistas de los títulos de los tres textos que menciono en la otra décima, “No me peta ser modelo”, que también comentas, porque, aunque los ha diseñado o pergeñado, grosso modo, servidor, aún no se ha puesto a urdirlos el menda (y tal vez no los trence nunca).

Este andoba de Tudela no quiere ser ninguno de los dos seres que, a veces, vislumbra cuando se mira al espejo: ni el demonio que le espolea a hacer esto, lo que sea, ni el ángel que le aconseja o asesora llevar a cabo lo opuesto, o sea, ni el mal bicho (persona de aviesas intenciones) ni el chivo expiatorio (cabeza de turco).

Te consta lo que Tertuliano narra en su “Apologético”: en la Antigua Roma, cuando un general victorioso paseaba triunfal por las calles de la Ciudad Eterna, a fin de que no se ensoberbeciera o envaneciese, se hacía acompañar de un siervo que le susurraba al oído lo que sigue: “Respice post te! Hominem te esse memento!”, o sea: “¡Mira tras de ti! ¡Acuérdate de que eres un hombre!”.

Te agradece la enmienda quien te saluda, aprecia y abraza, el mismo de siempre,

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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