VIOLETA SANTANDER ES UNA DESAGRADECIDA
Acabo de leer las insolentes y estomagantes declaraciones que ha hecho Violenta (sí, así, porque de esa guisa se ha expresado, con la ene de necia) Santander en una entrevista que concedió a la revista Interviú, y no salgo de mi asombro.
Si, según el proverbial paremia que solía acudir con cierta frecuencia a la boca de mi señor y finado padre, de bien nacidos es ser agradecidos, por ahí andan unos cuantos desagradecidos, además de desaprensivos, sueltos. Verbigracia, la torticera titular de las nauseabundas y repugnantes palabras vertidas (muy controvertidas y nada divertidas) que han motivado éstas, las presentes, que pretenden componer una contumelia y un remoquete.
Acá, ahí y allá todo hijo de vecino, o sea, todo cristo, no sólo el menda lerenda, Otramotro, viene escuchando por doquier, porque son y conforman una legión quienes repiten la misma estupidez hasta el hartazgo, la clásica, típica y tópica necedad de que todas las opiniones son respetables. Acaso tal iteración se deba al hecho inconcuso, por incontrovertible, de que no tengan todo lo claro o cristalino que les gustaría que fuera o estuviera esto, que lo íngrima, proba y realmente respetable es el hombre y su facultad de escrutar, escrutarse y predicar, quiero decir, pensar y largar por su mui lo pensado (por ejemplo, lo declarado —falto de empatía y pletórico en iniquidad— por Violeta, salvando a su pareja y condenando al profesor Jesús Neira, que es la repanocha, el colmo de los colmos), lo que no merece respeto alguno, como es obvio; mas de estos pareceres sutiles acostumbra a sentenciar el sentido común (que, como todo el mundo sabe, es el menos común de todos los sentidos) y no la prisa, a la que, por lo que se colige sin apenas esfuerzo, todas sus asesoras dejaron en la estacada, todas sus consejeras dieron calabazas.
Reconoce y recoge el refranero español que a quien, por su gusto, duerme en el suelo no hay que tenerle duelo. O sea, que a quien, por su propia voluntad o iniciativa, apetece ser contumaz, esto es, perseverar en el error, que, entre pan y pan, se lo ponga y coma, a modo de bocadillo de chistorra o de “chistorror” (fusión de chiste y horror).
Como el decimero, que también porto (y soporto) y viaja a todos los sitios conmigo, quiere dejar aquí una muestra de su arte poética, le cedo gustoso el epílogo o colofón:
A quien duerme, por su gusto, / Al raso, en el frío suelo, / No le tengo ningún duelo. / Si cree que así su busto / Se reafirma, no hay susto.
A quien peta el contumaz, / Y agrada ser pertinaz, / Hiperterco en el error, / No parecerá un horror / Actuar como el tenaz.
Ángel Sáez garcía
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