La justicia alemana y el tufo del nazismo.

Vivo en una continua esquizofrenia. Una parte de mí mantiene en alerta los sentidos mientras escucha el cuco, siempre lejano, y el crepitar de los catáfilos en su explosión a la vida. Esa parte de mí contempla puestas de sol con la esperanza de ver el rayo verde, amontona la energía sobre los chacras desvitalizados y galopa por los universos en busca de los registros akásicos de la humanidad. Esa parte de mí, cada vez más dominante, tiene puesto el foco en rincones sin fecha, donde el tiempo y el espacio no cuentan. La otra, la periodística, más útil y real según el pensar del mundo, me obliga a mantenerme en guardia y a expresar opiniones, incluso a abrir el cajón de los rencores y recordar pasados olvidados. Me ha ocurrido al conocer la sentencia del tribunal de justicia alemán y las palabras de su ministra sobre el golpista catalán, que colocan a España como un país de tercera, con jueces basura, en el que no existe libertad ni se respetan los derechos humanos. No pude evitar retrotraerme a la Alemania de Hitler y recordar los millones de judíos, gitanos y alemanes no arios que masacraron sin piedad, por considerarlos inferiores. ¡Ellos sí sabían impartir justicia! Porque conviene recordar que en la Alemania nazi se mataba con la ley en la mano, a la luz del día. Y este pueblo, en torno al cual gira Europa, con su euro a imagen y semejanza del marco, estaba de acuerdo con los programas de eugenesia y eutanasia involuntaria para todos los no perfectos. Este pueblo estaba de acuerdo con la limpieza étnica de gitanos, judíos, negros y otros colectivos no aptos para vivir en sociedad. Este pueblo fue cómplice de la muerte de millones de viejos a los que se les dejó morir de frío e inanición. Este pueblo había interiorizado la frase de Rudolf Hess: “El nazismo es biología aplicada”. Estos crímenes contra la humanidad nunca se saldaron. El proceso de Nurenberg fue una pantomima, en el que fueron condenados y ejecutados unos cuantos, para justificar ante el mundo que se hacía justicia, pero lo cierto es que los profesores que habían defendido el nazismo siguieron en sus puestos de trabajo en las universidades y lo mismo los científicos; y a los que quisieron embarcar a Estados Unidos, se les dotó de expedientes falsos, cosa que a los estadounidenses les vino muy bien para sumarlos a sus proyectos, a la vez que impedían que la información científica nazi cayese en poder de los rusos. Pero esta es otra historia de la que ya he escrito.

No obstante, no está de más recordar que los jueces que ahora dan lecciones de justicia a España son los descendientes de los jueces del Tercer Reich; y, por su talante, se ve que se creen en comunicación directa con la Divinidad.

A los nazis les gustaba invadir, expoliar y arrasar; parece que lo llevan en los genes, a pesar de las generaciones. En estos días se plantearon hipótesis varias. No faltan quienes opinan que fue un acuerdo entre Merkel y Rajoy, que no quiere ver a Puigdemont en España, es decir, en la cárcel, porque quiere tener a los separatistas para posibles pactos. Yo me inclino a pensar, y así lo escribí en un artículo anterior, que los que mueven los hilos están muy arriba y llevan mandil, y que lo de Cataluña posiblemente sea un experimento de lo que se planifica para la Europa de un futuro muy próximo.

En cualquier caso, esto que ha ocurrido con la sentencia es una invasión en un terreno que, según los expertos, no les compete, pues echa por tierra la confianza entre los estados de la Comunidad Europea, uno de sus nexos de unión. No sé cómo acabará esto, pero en lo sucesivo habrá que estar alerta, porque ya han asomado la oreja. Este hecho, por otro lado, nos hace replantearnos la conveniencia –sobre todo moral—de estar en un conglomerado de estados, a donde van los amortizados de los partidos, con una Comisión con poder absoluto, formada por personas que ni elegimos ni conocemos, donde se deciden cuestiones con las que no estamos de acuerdo, o nos perjudican o sirven a los intereses económicos representados por los lobbies, como la moratoria del cancerígeno glifosato; donde se tratan temas tan importantes como el tan traído y llevado –a la vez que injusto— ITTP, aprobado en el mayor de los sigilos sin participación ni debate de nuestros parlamentarios electos, y donde –por si lo anterior fuera poco—la corrupción es al por mayor y donde se derrocha el dinero a manos llenas. Yo me planteo sumarme a la idea de abandonar esta cosa infecta que poco se parece a lo que un día soñaron Schuman, De Gasperi y Adenauer.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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