No te va a gustar – Cataluña y la (dicen que) tercera guerra mundial


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

Nunca me ha gustado ejercer el alarmismo, y trato de evitar caer en la exageración. Pero hace algo menos de dos años, incursos ya en aquel 2016 tan políticamente nefasto y del que tantos males estamos heredando, pude escribir que los tres personajes más informados del mundo, el Papa Francisco, Obama y Merkel, coincidían en señalar los peligros del «ciberataque» global, que alguno de ellos, como la canciller alemana, no dudaba en situar geográficamente en Rusia. ¿La larguísima mano de Putin? Nadie osa llegar tan allá, quizá precisamente por esa misma longitud de los poderosos tentáculos del Kremlim, o quizá porque no existen pruebas concluyentes; tan buenos son los «hacker» que operan en pisos más o menos camuflados en Moscú, y no solo allí, claro. Solo recordaré que el Pontífice Bergoglio ha hablado, y no una sola vez, de «tercera guerra mundial». Y no creo que el jefe espiritual de los cristianos sea dado a exagerar.
Así que situar a Cataluña, precisamente en estos momentos en los que la Unión Europea reúne a sus ministros de Exteriores para estudiar el tema, en el epicentro de todas las tormentas que hablan de guerras de desestabilización en las ondas, puede que no sea exagerar tanto. Hay muchos intereses en juego, y de todos ellos se ha venido hablando en las últimas semanas, plenas de informes periodísticos y filtraciones procedentes, quizá, de servicios secretos. Personalmente, solo puedo decir que, hace ya seis años, cuando presidía un conglomerado periodístico en Internet, convoqué, en la sede de un importante bufete internacional de abogados, un encuentro de expertos informáticos, entre los que estaban responsables de los servicios de Seguridad del Estado: ya se habló, entonces, del «peligro ruso», ese peligro que ahora abordan, ya oficialmente, la UE y la OTAN, hablando, incluso, de posibles intervenciones militares en auxilio de alguna nación víctima de ciberataques.
No resulta, por tanto, a mi entender exagerado el titular de este comentario, relacionando lo que ocurre en Cataluña ante las elecciones trascendentales del 21-D, un mes apenas falta, con esa desestabilización patente que amenaza a la cultura occidental tal y como la conocemos: Trump en Estados Unidos, el Brexit en Gran Bretaña, las injerencias en la campaña de Macron, en la campaña holandesa, las cosas de Maduro, la improcedente presencia de Assange y Snowden en el «procés» secesionista catalán, que tanto puede desestabilizar a la UE… Quizá a veces mezclar unas cosas con otras pueda resultar absurdo y gratuito. Pero, ya digo, no puedo resistirme a pensar en que es mucho lo que se está jugando en todo este desvarío, e incluyo en el «melting pot» hasta la localización de la sede de la agencia europea del medicamento, tan codiciada por muchas ciudades que no son precisamente la Barcelona que algunos quieren inestable.
Me parece lógica, a la vista de lo que está ocurriendo en los subsuelos del éter –valga la contradicción–, que es algo que se nos escapa de las manos, esa desconfianza de la ciudadanía no tanto hacia sus representantes, que también, como hacia esos «suprapoderes» a veces encarnados en unos piratas que dominan las redes hasta donde ni siquiera los expertos de los servicios de inteligencia parecen dominarlas. Por eso, nada me extrañan las teorías conspiratorias que han acompañado la muerte de una figura ahora esencial en el combate al independentismo catalán, como el fiscal José Manuel Maza. ¿Cómo no caer en esa tentación de las teorías de la conspiración, sin duda absurdas, cuando a veces las redes sociales tienen más influencia que las palabras de los portavoces gubernamentales?

Y España está ahora un poco presa de los «conspiracionistas», llámense los «telenoticias» de Russia Today o algunas crónicas de los periódicos más influyentes del mundo, que sugieren que el nuestro es un país poco democrático, casi anclado en un franquismo que murió -este lunes se cumplía el aniversario– sin posibilidad de resurrección hace cuarenta y dos años. Sí, la desinformación, las medias verdades, las «fake news» que poco a poco se enseñorean de las redes y también de algunos noticiarios audiovisuales europeos – hasta de algunas páginas impresas–, incluso bromas noticiosas teledirigidas, como esa -procedente, vaya por Dios, de Rusia- de la que ha sido objeto la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, forman parte de esa guerra universal. De la que ahora los españoles -y, por tanto, cómo no, los catalanes– somos, en cierta medida, sujetos pasivos. La verdad, ya se sabe, es siempre la primera víctima en toda contienda. Y en torno al conflicto catalán, siento tanto decirlo, se han tejido ya demasiadas mentiras. Y demasiadas maniobras orquestales en la oscuridad.

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