Fernando Jáuregui – «Pides mi cese porque me quieres», me dijo el fiscal Maza


MADRID, (OTR/PRESS)

Apreciaba mucho al fiscal general del Estado, José Manuel Maza. Incluso jugué, en el pasado, alguna partida de mus con él; era persona con la que siempre pasabas un buen rato, por su trato afable y su extraordinario sentido del humor. Se nos fue para siempre y se abre un hueco inmenso en las estructuras del Estado, incluso a la hora de tratar judicialmente el «procés».
Pese a mi reconocido afecto por Maza, un día, hace no muchos meses, pedí en una radio su dimisión o cese, por su apoyo al juzgaba yo impresentable fiscal jefe de Anticorrupción, Manuel Moix, que acabaría marchándose al poco. Sabía yo que, tras mi comentario en el programa de Carlos Herrera, Maza iba a ser entrevistado. Así que se lo dije en antena: «acabo de pedir tu cese, aunque sabes que te aprecio». «Fíjate si sé que me aprecias, que ahora pides mi dimisión de este cargo, que te consta que abrasa a cualquiera». Y echó una carcajada. Ese era su talante. Luego nos vimos algunas veces y nos prometimos reanudar los combates de mus en cuanto él pudiera. Y vino lo que vino: cuando se fue Moix, tuve al menos ocasión de rectificar y decir que Maza era un gran fiscal, independiente en lo posible, riguroso en lo necesario, justo en lo esencial. Y ahora, con su muerte, ¿qué?

Yo creo que el fiscal general puso en un brete al Gobierno cuando dictaminó medidas rigurosas contra los principales impulsores del «procés», el Govern y la Mesa del Parlament, así como los «jordis» responsables de la Assemblea y de Omnium. Seguramente, en Moncloa pusieron cara de disgusto al comprobar que la cárcel era el destino del vicepresidente, de los «consellers» y de los mentados «jordis», y la huida la meta de Puigdemont y sus incondicionales. Pero ni una palabra de protesta salió, aseguran, de la boca de Rajoy en sus conversaciones con Maza, que puso en marcha el procedimiento que nos ha llevado hasta donde nos ha llevado: el fiscal cumplió con lo que creía su deber, una vez que el Gobierno decidió acudir a la vía judicial, más que a la política, para combatir el peligroso brote secesionista impulsado por la Genealitat de Puigdemont/Junqueras.
Admiré el valor solitario de Maza, al que seguramente las múltiples tensiones acumuladas en el ejercicio de su cargo en este año le precipitaron dolencias quizá latentes. Murió en el peor momento: este lunes iba a reunirse con los fiscales del Supremo para decidir la acumulación de todo el «caso 1 de octubre», es decir, el «procés» independentista, en manos del juez del supremo Llarena, que esta semana tendrá que revisar la situación de Carme Forcadell y los otros miembros de la Mesa del Legislativo catalán. Se apartará así del caso a la juez Carmen Lamela, de la Audiencia Nacional, que decretó el encarcelamiento de Oriol Junqueras y los otros miembros del Govern -excepto Santi Vila, curiosamente «desaparecido», por mor del photoshop, del álbum de fotos de la Generalitat_ que no huyeron a Bélgica con Puigdemont.
Y, así, es de suponer que sea probable que Junqueras y compañía abandonen pronto sus prisiones para, aunque con la espada de Damocles del 155 sobre sus cabezas, incorporarse a la campaña electoral, añadiendo así unos gramos de normalidad a la total imprevisibilidad de un proceso político tan inédito como indeseable.
Pero todo eso se hará ahora, claro, sin Maza sobrevolando la tempestad jurídica y judicial. El Ejecutivo de Rajoy habrá de buscar en apenas unas horas un sustituto para el cargo más difícil, más ingrato, que pueda corresponder a magistrado alguno, a cualquiera con vocación de fisca, a un jurista que se apasione, como Maza, por eso: por la Justicia. Sea quien sea el sustituto -a la hora en que esto escribo ya han comenzado a circular algunas «quinielas», como era de suponer–, no le arriendo la ganancia. Tendrá que tener la gallardía y el buen humor de Maza para sobrellevar la carga que le aguarda.

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