Siete días trepidantes – Apoyar a Rajoy, quizá tapándose la nariz


MADRID, (OTR/PRESS)

Comprendo la indignación de Mariano Rajoy cuando la flamante candidata a la Generalitat, Marta Rovira, hija del dedo ajeno a elecciones primarias de Oriol Junqueras, dijo que el Gobierno central preparaba un baño de sangre para impedir el tramposo -eso lo digo yo: menudo pucherazo- referéndum de Puigdemont. Comparto esa irritación ante la mentira de la política aún, pese a todo, bisoña y no obstante veterana en fanatismos. Nada puede justificar la mendacidad en política; si hay pruebas, hay que presentarlas. Si no, todo queda en un nuevo episodio de la guerra, donde la principal víctima es, ya se sabe, la verdad.
Pensar que el loco «procés» catalán se normaliza, cuando Junqueras ha decidido catapultar como títere a la señora Rovira no deja de ser un «wishful thinking» que el Ejecutivo central puede difundir, pero en el que nadie cree. Entre Puigdemont el huido, la Bélgica empeñada en que España sigue siendo el país de Franco muerto hace -el lunes se cumplen_ cuarenta y dos años, Oriol encarcelado y Marta la fantástica, a lo que hay que añadir no pocos sectarismos institucionales y mediáticos, la verdad es que la campaña hacia el 21-D se presenta loca, loca, loca. Y llena de sobresaltos que yo ahora sería incapaz de detallar, por lo imprevisible que todo resulta cuando está sometido a las no-reglas de la falta total de sentido común.
Lo preocupante es que hay otros temas, que podríamos hoy considerar secundarios aunque no lo sean, que redundan en la anormalidad ambiente. Claro, hablo de los casos «Gürtel», Lezo, Púnica y largo etcétera, que han estallado, de manera natural o buscada, al tiempo. Hay quien dice que Rajoy ha tenido suerte, en el fondo-fondo, de que el «procés» lo tape todo, incluso que estamos al borde de la sed física en este secarral llamado España. Así, Bárcenas, Correa, Ignacio González, Granados, Aguirre «et alia», que ya irán saliendo, quedan para lo que los periodistas llamamos páginas pares de los periódicos. O sea, las que muy pocos leen. Pero no es así.
No, no es así porque, si bien se analiza el conjunto de las consecuencias últimas que esto va a tener, lo que está ocurriendo es que Rajoy ve debilitado el apoyo que todos tenemos que prestarle -pienso_ ante una situación de emergencia nacional. Y se nota en los silencios de Rivera, en las cosas desafectas que va diciendo Pedro Sánchez, que el bloque constitucionalista llegará, si llega, hasta el 21-D, y luego ya veremos qué ocurre. La corrupción ha lastrado la buena imagen de España y la hunde ahora que hay muchos medios empeñados en presentar a nuestro país como un Estado policiaco que golpea a pacíficos viandantes que tratan de votar. Es una enorme mentira, como las de Marta Rovira,de acuerdo; pero qué importa eso cuando, en parte ante las torpezas de comunicación de La Moncloa y allegados, que no saben, parece, lo que es elaborar un plan de crisis, los telediarios europeos se empeñan en presentar a España como una democracia tan imperfecta que está casi al borde del expreso de medianoche carcelario y del madurismo parlamentario.
Una lástima que hayamos llegado hasta aquí. Porque la verdad es que Rajoy ni es el delincuente que le espetó en el Congreso la irresponsabilidad de Pablo Iglesias -en el Legislativo hay que aquilatar la semántica, y llamar preso político a quien lo es y delincuente, lo mismo–, ni el taimado Putin que quiere el Times, ni, claro, el salvaje Maduro que sugirió Jordi Evole, y bien que lo siento, porque admiro al personaje (a Evole, digo, claro). Ni, por supuesto, tiene nada que ver con Franco, más allá de la innegable galleguidad, que es casi lo único bueno que adornaba al dictador que reposa en el Valle de los Caídos.
Presentar a Rajoy como el resumen de todos los males es tan contraproducente como sugerir que es el salvador de la patria; ni una cosa ni otra, estimo. Pero de sus cualidades y defectos hablaremos más tarde, cuando todo se normalice de verdad, si es que tal esperanza cabe aún albergarse en nuestros apesadumbrados corazones. Ahora, por la voluntad de las urnas -y un poco de la de Ciudadanos-, Rajoy es el inquilino de La Moncloa, y, ante una situación de quiebra nacional, necesita nuestro apoyo, de la misma manera que necesitamos apoyarle. Lástima que su círculo de tiza caucasiano, y él mismo, se empeñen en considerar disidente peligroso a todo aquel que no está al cien por cien con el Hombre Providencial. Y así, claro, ocurre muchas veces lo que ocurre, que viene siendo no poco.

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