Francisco Muro de Iscar – Cataluña y dos obispos


MADRID, (OTR/PRESS) En la crisis catalana ha habido pirómanos, cortafuegos y bomberos. Los que incendiaron Cataluña y han hecho un daño casi irreparable a la economía, a imagen y la convivencia en Cataluña, fueron los independentistas catalanes, los mismos que luego se han arrugado y han tratado, hasta ahora sin éxito, de que sus actuaciones no tengan consecuencias políticas, económicas o judiciales. Ha habido también personas e instituciones que han actuado como cortafuegos, tratando de devolver el seny perdido a la gran mayoría de los catalanes, llamando a la moderación y tendiendo puentes. Y finalmente, han tenido que ser los bomberos los que apagaran el fuego y empezaran a sentar las bases para reconstruir la democracia derribada por los independentistas.
En ese grupo intermedio ha estado la Iglesia Católica. Desde Roma, como desde todos los países y todas las instituciones, se dejó bien claro que no había apoyo al secesionismo. La Conferencia Episcopal, también como otras instituciones españolas, ha dado un ejemplo de moderación, fijando los criterios, pero tratando de no aumentar la herida, dada la fractura existente en el clero y el propio episcopado catalán sobre esta cuestión. La misma que han creado los independentistas en el resto de la sociedad. Omella y Osoro, los cardenales de Barcelona y Madrid trataron de mediar desde la responsabilidad eclesial, como también hicieron otros sectores políticos o profesionales para evitar lo que finalmente pasó y que sólo querían los secesionistas. El comportamiento de la inmensa mayoría de los obispos españoles, incluidos los catalanes, fue ejemplar. Ni los que estaban radicalmente en contra ni los que estaban a favor echaron más leña al fuego. Con una excepción, el obispo de Solsona, Isidro Novell.
El mismo obispo que en 2013, declaraba a TV3 que «el obispo no debe pronunciarse sobre temas políticos porque debe ser el obispo de todos», en pleno conflicto en una homilía en su iglesia, con el báculo episcopal en la mano, dijo a sus fieles que «es legítimo lo que Puigdemont ha perseguido con sus actos. En todo momento han intentado hallar caminos para poder llevar a cabo su programa electoral por vías de diálogo y por vías de legalidad. Y, por tanto, que la consecuencia de cumplir lo que es el motivo por el que fueron elegidos sea que son cesados y después encarcelados… esto no es justo… No es justo que por la vía de la fuerza se impida a este pueblo decidir su futuro. Porque tiene derecho a ello. Porque «som una nació. No os confundáis sobre esta cuestión. Será todo lo legal que queráis, pero los cristianos no nos guiamos ni tenemos criterios en función de leyes positivas sino de lo que es justo, verdad y digno. Y esto, esto no es justo». Dicho lo cual, báculo en mano y sin que le temblara la voz, terminó: «hermanos y hermanas podéis ir en paz».
Al obispo Novell le convendría leer lo que otro obispo, el cardenal arzobispo emérito Fernando Sebastián, aragonés, pero con quince años vividos en Barcelona, Lérida y Tarragona, escribía también en esos mismos días en la revista «Vida Nueva»: «catalanes y no catalanes tenemos que convencernos de que nadie es más ni menos que los demás ciudadanos españoles. En Cataluña tendrán que ver que están recibiendo un trato justo, normal, sin discriminaciones, pero también sin privilegios. Y esto tiene que ir entrando en la sociedad catalana desde una enseñanza objetiva, imparcial, no manipulada, y con unos medios de comunicación igualmente objetivos, no sectarios ni subvencionados ni teledirigidos. Si no se hace esto o algo parecido, se haga ahora lo que se haga, dentro de pocos años volveremos a estar en las mismas… Esta crisis es una oportunidad histórica No podemos perderla». Dos obispos.

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