La semana política que empieza – Menos mal: perdimos el complejo de «fachas»


MADRID, (OTR/PRESS)

Lo que no puede ser, no puede ser. Otra cosa es que, además, sea imposible. Porque, a veces, lo imposible se prolonga mucho más de lo debido, y entonces vivimos en una ficción. Y así ha ocurrido con Cataluña, donde la corrupción oficial, el desprecio por la ley, la economía ficticia y el odio supremacista inculcado desde las escuelas han pervivido demasiados años. Guerras de banderas, rótulos forzosamente en catalán y falsificación de la Historia imperaron sobre las gentes de las calles en Barcelona, Sabadell, Olot, San Sadurní. Y Girona, claro. La patria del irredento, a donde él acude a buscar quizá su último refugio, si sabe conservar la cordura, lo que dudamos. Sí, Puigdemont ha vacunado a España de la provisionalidad y puede que ahora el país que no quiso serlo se recupere y quiera volver a eso que se llama normalidad.
Pensaba todo esto contemplando las banderas españolas y también algunas catalanas que inundaron este domingo, de nuevo, Barcelona. Se ven muchas menos esteladas en los balcones; antes, había reparo en pasearse con la enseña rojigualda, por el qué dirán los vecinos. Ahora, no sé si merced a la eficaz y descerebrada gestión de Puigdemont y de esa desgracia secular de los catalanes que se llama Esquerra, puede que las cosas giren muchos grados. Bastante va a depender de cómo se aplique el Gobierno central, que ahora manda de hecho y de derecho en Cataluña, a la tarea de poner en valor el desarrollo del artículo que es ya el más célebre de nuestra Constitución (y mira que en principio parecía mal fabricado y redactado), el 155.
La tarea más difícil que tienen ante sí el presidente del Gobierno central y su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, va a ser recuperar si no el cariño de los catalanes hacia España, sí al menos la normalidad vigente hasta que llegó un anti independentista llamado Artur Mas y se convirtió en radical secesionista, para, ahora, pasar a vaya usted a saber qué, acuciado por sus angustias económicas. Con Puigdemont, que quizá cometa el error garrafal de lanzarse al monte, donde descubrirá que está cada vez más solo, ese proceso de normalización es casi imposible ya: a saber si este lunes querrá integrarse a su despacho en la plaza de Sant Jaume, como si nada. Descubrirá entonces, espero, cómo es de dura la realidad, aunque me conste que el Ejecutivo «de Madrit» tiene interés en que la calma y la paz imperen a toda costa.
Pero sí hay trabajo por hacer con Oriol Junqueras, que es un viejo amigo de SSdeS y sabe que esa mujer será menuda, pero de frágil, nada. Y también hay tarea por delante con un porcentaje de catalanes indignados por los aporreamientos policiales, pero que están dispuestos sin duda a olvidar ardores pasados, que de la fiesta en las calles uno también se recupera al calor de la seguridad de seguir cobrando el sueldo todos los meses.
A Puigdemont hay que agradecerle la vacuna. A nivel nacional, ya no solo catalán. Hemos descubierto que no es «facha» sacar a pasear la bandera. Pedro Sánchez, ahora sí el líder socialista, le ha dicho a Pablo Iglesias que no conviene que dé la sensación de que tragas saliva a la hora de pronunciar la palabra «España». Y Miquel Iceta, que hace unos meses veía cómo el PSC se debatía entre el independentismo y no, apoyó oficialmente la manifestación de este domingo convocada por la Sociedad Civil Catalana. Eso de ser independentista, digan lo que digan los de Podemos y Ada Colau -que ya ha vuelto a los cuarteles de la cautela-, no es cosa de la izquierda. Y, si no, miren el ejemplo de Joan Coscubiela. O de Paco Frutos, que fue secretario general del PCE y a quien las salidas de tono de su remoto sucesor Alberto Garzón le sacan, dicen, de quicio. Puede que otro favor de Puigdemont para curar el desquicie nacional sea provocar la reflexión interna en una formación necesaria, pero desnortada, como Podemos.
Los países no pueden distraerse con cuestiones colaterales, porque esa distracción, y mírese al Reino Unido, suele atraer males mucho mayores. Y una Cataluña convertida en la Disneylandia de la independencia, con tanta fábula y tanta farsa, era una enorme distracción, que nos ha durado casi un siglo. Puede que el «procés» del peculiar Puigdemont, que llevó las ansias secesionistas legítimas de una parte de los catalanes hasta esa farsa que denunciaba Marx, haya servido para, de nuevo, centrarnos en lo que importa, en lo que prosaicamente se llama «las cosas de comer», y nos dejemos de ensoñaciones. Y entonces, nos vienen esas imprescindibles elecciones autonómicas convocadas desde Madrid -el surrealismo que nos lo impregna todo_ por Mariano Rajoy, que de catalán tiene, la verdad, bastante poco. Las elecciones son la sustancia, lo tangible. ¿De verdad piensa alguien que ERC, con Junqueras al frente, podría no presentarse a ellas?

Pues eso, la campaña electoral, que resulta que es el factor primario de normalización. Junqueras quiere, y puede -pese a lo que antes afirmaba sobre ERC–, ser president de la Generalitat, ascendiendo a molt honorable, llegando allí por las urnas normales, las autonómicas, y no por intentos golpistas que violan todas las normas de la democracia y de la racionalidad. Por ahí, por Esquerra, y por lo que significa ese mundo ahora tan desconcertado de Podemos, es por donde hay que actuar, creo, en interés de la normalidad en la que ya han entrado los «constitucionalistas» tras abandonar el casi infantil «no, no y no». Lo demás, y siento mucho decirlo así, porque para nadie deseo el mal, ni para Puigdemont, corre el riesgo de ser carne de presidio, que el Estado tiene que mostrar, para defenderse, que es fuerte.
Uno, optimista incorregible, que cree en el ser humano y, por tanto, en que las gentes nos atenemos al sentido común, se ha equivocado mucho en sus predicciones precisamente por tratar de aplicar estos principios a los análisis. Hemos vivido, en muchos sentidos y no solamente en Cataluña, ajenos al sentido común, al interés de la ciudadanía. Pero, con optimismo o sin él, hora es de recuperar esas cualidades positivas, sin banderas o, si usted quiere, con banderas. A mí, que no me llamen «facha» por llevarla, si así quiero hacerlo, porque de eso, nada.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído