La semana política que empieza – ¿Sabe Rajoy que hay vida tras el 155?


MADRID, (OTR/PRESS)

Lo dicen todos los grandes estrategas: es a veces más fácil tomar una posición que conservarla. Admito que hemos visto al Mariano Rajoy del «plan A», alguien a quien quizá no esperábamos: audaz, duro, contundente, arriesgado –¿demasiado, para variar un poco?–. Asume, supongo, todas las consecuencias del Consejo de Ministros del sábado, tomando todos los controles de la autonomía catalana y convirtiéndose, «de facto», en posible president de la Generalitat: veremos qué ocurre esta semana con el actual inquilino del palacio de la plaza de Sant Jaume, pero mucho nos tememos todos que no va a quedarse así, quieto parado. Ni le van a permitir quedarse de brazos cruzados; quizá ni siquiera le deje su «guardia pretoriana» convocar unas elecciones que le piden los editorialistas más serios de los medios catalanes más solventes. Así que Rajoy tendrá que poner en marcha el «plan B». ¿Lo tiene?

Como aún no me ha abandonado del todo un optimismo incurable ni a fuerza de golpes de realidad, quisiera creer que las deliberaciones, tan ejecutivas luego, en el Consejo de Ministros habrán incluido la constatación de que la aplicación por la vía expeditiva del artículo 155 de la Constitución reclama, como mínimo, replantearse muchos aspectos de la Constitución misma. Es decir, que hay que ir pensando ya en anunciar un mecanismo de reforma constitucional en un plazo al menos tan preciso como el dado a la autonomía catalana para reinventarse vía elecciones autonómicas -habrá quien las llame constituyentes, claro-. Y lo mismo vale decir para el llamado Estado de las Autonomías, que ha saltado hecho pedazos, aunque no lo quisieran ver ni en Canarias, ni en Cantabria, Castilla y León, Aragón o ni siquiera en Euskadi. Y menos aún en Madrid.
Me preocupa mucho más esto que los nombres de quienes coyunturalmente se vayan a hacer cargo del funcionamiento de Cataluña. Porque ahora, ¿con qué sustituiremos a los artículos de la Constitución que hay que reformar sin remedio, con qué velo taparemos lo que no ha funcionado de ese estado de las autonomías? ¿Cómo reforzaremos el funcionamiento de un Estado que ha mostrado tantas debilidades, incluyendo el papel de la Jefatura de ese Estado? Tuve ocasión de saludar fugazmente al Rey el pasado viernes en Oviedo y noté la seriedad inmensa de su gesto, que él trataba, muy profesionalmente, de atenuar. Sabe que se ha jugado, en este envite, la Corona, y que ha salido vencedor, como vencedor ha salido el Estado ante el «jaque mate» planteado por unos malos jugadores, que confunden el ajedrez con el Monopoly. La próxima, atención a algunas declaraciones llegadas desde el seno de Podemos, atención a quien trata de comparar al Rey con Franco, puede ser peor. Por eso, pienso, hay que reforzar el papel del Rey.
Porque esto no ha acabado aquí. Hay tensiones en el seno del PSOE, porque un paso tan valiente de Pedro Sánchez, que contradice toda su trayectoria anterior, incluyendo aquellas veleidades de acercamiento a Podemos, tenía que encontrar cierta oposición interna, sobre todo, claro, en el PSC. Hay tensiones en el mundo municipal, en los reinos de taifas autonómicos, en el Congreso, en el Senado, divergencias sin cuento entre los constitucionalistas. Y, desde luego, hay un estado de cabreo inmenso en toda Cataluña, sea quien sea quien lo exprese, sea cual sea la procedencia ideológica de quien lo manifieste.
O sea, que hay que reconquistar el cariño de los catalanes, que es algo que me parece que Puigdemont, Junqueras y compañía van a tratar de impedir a toda costa ya esta misma semana. Confío en que el aún molt honorable president de la Generalitat de Catalunya no escuche demasiado los cantos de sirena enronquecida de Lluis Llach, que llamaba «cerdos» a todos los mandatarios europeos por no apoyar el secesionismo. O la voz fanatizada de Carme Forcadell, que pide sangre, sudor, lágrimas y rebelión a toda costa. Y «a toda costa» quiere decir eso: cueste lo que cueste a los catalanes.
Confío en que Rajoy no haya llegado a completar un «plan A», que creo que me consta que hace un mes no tenía aceptado, sin tener en mente un «plan B», de administración de la victoria. Un plan que incluya restaurar la desastrosa comunicación gubernamental (algún día habría que extenderse sobre ello), la reconquista de la confianza de la opinión pública nacional, que me parece que ahora le acompaña bastante, aunque con recelo, y frene la huida de inversores de Cataluña. Y, claro, que abandone inmovilismos, que mire usted lo mal que nos han ido, y reforme las cañerías del Estado, como antes ya señalaba. ¿Contará al menos, de forma permanente, con Pedro Sánchez y con Albert Rivera -a ver si entre ambos, de paso, se consolida un acercamiento_ para este magno proyecto, para este «plan B», que ni siquiera sabemos si él alberga en su ánimo?

Y ya que estamos: ¿recapacitarán «los otros» sobre lo andado? Me refiero a Podemos, que se ha aclarado, me parece, muy poco en este colosal envite, y algo va pagar por ello. Y al PNV, cuyo líder, el cauto Iñigo Urkullu, se esfuerza en mantenerse en perfil bajísimo. Y a Ada Colau, que aún está a tiempo, quizá, de no despeñarse. Hay, en fin, todo un Estado que reconstruir, porque la «conllevanza» instaurada por Suárez, Tarradellas, Ajuriaguerra, Carrillo, Fraga y Felipe González allá por 1978, ha cumplido su misión. Toca ya, y sé, por experiencia propia, que a Rajoy le disgusta especialmente esta expresión, poner en marcha la segunda transición: ¿qué más datos necesita Rajoy para entender que hay vida, mucha vida, tras el 155 malhadado y tras su aplicación más inmediata?

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