Fernando Jáuregui – El artículo 155 dichoso y otros males


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

Sé que acabarán sacando del armario el artículo 155 de la Constitución, porque por estos pagos la imaginación es limitada y la capacidad de análisis, casi nula. Sigo sin entender por qué necesariamente acabarán/acabaremos aplicando a nuestras relaciones con una porción de España como Cataluña un tratamiento, el del artículo 155, poco específico, excesivamente discrecional y que todos (empezando por Rajoy y siguiendo por Pedro Sánchez; de Rivera no estoy seguro) creen que traerá muchos males. Muchos sabemos que Mariano Rajoy era más que remiso a aplicar este artículo de Fierabrás, como casi todos creemos que, a estas alturas, Puigdemont, el gran inconsciente que pisotea la normativa democrática, está convencido de que de ninguna manera debe proclamar unilateralmente la independencia de la República de Catalunya, porque ya sabe que es imposible. Quizá por eso, este jueves escribió su última «carta abierta» a Rajoy, un texto que quién sabe por qué todos se empeñaron en no analizar a fondo y con la suficiente sutileza.
Porque en esta carta, sin duda chulesca y hasta amenazante en apariencia, lo que Puigdemont hacía era manifestar que de declaración de independencia, hasta ahora, nada. Y es verdad: ha amagado, pero no ha dado, porque la independencia ha de ser declarada y aprobada por el Parlament, y ese no ha sido el caso. Una cosa es una declaración de intenciones, y otra, subirse al atril para desde allí vociferar que se ha roto formalmente con el Estado.
Me sorprende que ni el Gobierno central, ni el PP, ni el PSOE, ni Ciudadanos, hayan querido atisbar la tenue retractación del molt honorable president, que se ve, me parece, contra las cuerdas; amenaza con «levantar la suspensión» de la declaración de independencia, cuando esta declaración nunca existió como tal y, por tanto, no podía ser suspendida. Me choca la insistencia de «populares», socialistas y Ciudadanos en dar por hecho que el Consejo de Ministros de este sábado aprobará la aplicación del artículo 155, como si la famosa declaración fuese un hecho consumado, sin que nadie especifique en qué consistiría tal aplicación. Que es algo que todos coinciden en que causará males ¿quizá más que los bienes?

Permítanme que insista: hay que hacer política. Y política no es solamente asegurar que se cumplen a rajatabla las leyes, cosa que, por otra parte, tampoco está sucediendo, más allá de la prisión provisional acordada para los «jordis». Política es comunicación, flexibilidad, acercamiento, ideas nuevas y diálogo. Sí, diálogo, que hasta esta bella palabra parece hoy maldita.
Ignoro, claro, qué nos dirá Rajoy tras el Consejo de Ministros del sábado, si es que comparece tras este Consejo, que ni eso está claro en este cuarto de hora. Pero es el tiempo de la generosidad del vencedor, y qué duda cabe de que el Estado es el vencedor. No nos aferremos al artículo 155 de la Constitución, cuando existen otros muchos más dialogantes, amables y que representan soluciones posibles (el 152.2, por ejemplo). Olvidemos las recetas de los «halcones», que tan mal nos han ido hasta ahora. Y demos una oportunidad a la paz. Yo, la carta de Puigdemont que leí este jueves era la carta de un vencido que trata de salvar los muebles, no la de un loco que aún se cree sus propias patrañas antidemocráticas. Actuemos, pues, en este sentido, aunque mis esperanzas en ello son, la verdad, débiles.
Vencer, para el Estado frente a una autonomía, aunque sea la catalana, es relativamente fácil. La conllevanza, que decía Ortega, es decir, convencer aunque sea un poco, aunque se trata de aplazar el problema otros treinta años -como hicieron Suárez y Tarradellas–, es mucho más difícil. Y ha llegado la hora.

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