Los independentistas nos llevan a no comprar productos catalanes.

Por un momento creí que eran los tanques del Ejército, dispuestos a defender el orden de la nación. Pero no, eran campesinos catalanes con sus tractores, dispuestos a vulnerar la cotidianidad de la segunda ciudad de España, el derecho de la gran mayoría de catalanes que se sienten tan españoles como los asturianos y los manchegos. La invasión de Barcelona por los tractores de los payeses desafiando al Estado y a sus instituciones fue la gota que colmó mi vaso. ¡Qué espectáculo bochornoso! Me había resistido a la tentación de escribir sobre Cataluña, y me sobran razones para ello. Me aburre, me hastía y considero que ya está todo dicho, redicho y repetido hasta la saturación. Llevamos con este tema desde que empezaron con el estatuto y Zapatero dio luz verde para legalizar lo ilegal. Me niego a desayunar todas las mañanas el mismo caldo recalentado y rancio. Huele mal y me produce urticaria en el alma. Pero además, quienes conocen mis análisis sobre el desarrollo de determinadas situaciones complejas saben hacia dónde tengo dirigido el foco. Claro que me preocupan los actores protagonistas que arengan y vociferan para enardecer a los fanáticos y ociosos, envueltos todos ellos en un manto de incultura y desconocimiento de la historia. Es cierto que nos produce impotencia, rabia inmensa y que no sabemos qué hacer con ellos. Mi parte visceral más primitiva es partidaria de meterlos a todos en un submarino y anclarlo en la Fosa de las Marianas. Bien rotulado, eso sí, con su cartel de INDEPENDENCIA. Más independencia imposible. ¡Qué tranquila se quedaría la región catalana y el resto de España sin esos agitadores, muchos de ellos, por cierto, apellidados López, Otero, García o Ferreiro, traidores por tanto a las tierras de donde proceden. Pero no quiero caer en los tópicos de siempre.

Me parece vergonzosa la manipulación de los medios afines al separatismo –que son casi todos— y la información sesgada, cuando no falsa en su totalidad, que difunden por boca de sus periodistas servidores de la idea, parece que por gusto propio, pues trasluce la satisfacción en sus caras y gestos al locutar falacias y mentiras. Con tanta propaganda de guerra no es de extrañar que el pueblo catalán con menos acceso a la información fidedigna repita cual loro que España les roba y demás consignas infectadas.

A propósito de los tractores, acabo de recibir un llamamiento para boicotear los productos agrícolas y ganaderos catalanes. “Evitar comprar frutas, verduras y carnes catalanas”. Hace tiempo que habíamos borrado de nuestra lista de la compra el cava catalán, la pizza Tarradellas, el adictivo Colacao, que tomábamos desde niños y otros productos de Nutrexpa. Ahora habrá que incluir en la lista negra a los de los tractores. Sé que es una medida visceral, pero no queda más remedio que utilizar sus mismas armas, convencida de que los valores de amor, armonía y energía positiva sirven de poco en esta ocasión de asintonía.

La Conferencia Episcopal no estuvo muy afortunada. Los obispos, que tanto temen los titulares de prensa de la izquierda, parece que han querido apuntarse un tanto con el enemigo y han pedido diálogo. Mejor hubieran seguido calladitos, como en otros temas –mucho más de su competencia—en los que los fieles están mucho más perdidos. Con esto se ha abierto otro frente, el de la X en la casilla de la Iglesia. Los “muy, muy” enojados con el comunicado piden abiertamente que pongan la X los independentistas, los laicistas, los que quemaban iglesias, los que asesinaban monjas y curas tras cortarles los testículos y metérselos en la boca. Pero de esto no se puede hablar porque es crispar. La Iglesia tiene que reivindicar a sus mártires en silencio, para no molestar a los descendientes de sus ejecutores y a sus simpatizantes. En Galicia hay un dicho que viene muy bien aquí: “Mexan por un y hai que dicir que chove”. Pues no; basta ya de buenismo, de palabras sin historia, de ingeniería verbal, de eufemismos.

Mi foco apunta más alto, a las cúpulas del poder en la sombra que, conocedoras de la condición del animal humano –porque, en definitiva, eso somos— propician situaciones de inestabilidad o acentúan las que existen. Les es muy fácil porque somos muy vulnerables. Nuestro cerebro reptiliano determina nuestras necesidades básicas: la lucha, la economía, el territorio y el sexo. Esto condiciona nuestra existencia humana. Penoso, pero es así. Por eso es tan fácil domeñarnos, tenernos en el aprisco y estimularnos cuando conviene. Ellos son los banderilleros que azuzan al toro –en este caso el independentismo— para que embista. Dicho esto, me desmarco y continúo en busca de un nivel de conciencia más en consonancia con el humano que lleva impresa la chispa divina inmortal, y que desarrolla con la práctica del AMOR incondicional.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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