Fernando Jáuregui – No, no quiero estar gobernado por la CUP


MADRID, 14 (OTR/PRESS)

Es hora de tomar posiciones definidas y claras. No creo conveniente la ambigüedad que mantiene algún partido con respecto al referéndum. Y quiero, aprovechando que puedo utilizar esta vía de comunicación, abusar del privilegio que supone poder manifestar mi posición ante el mayor desafío democrático que padece la aún joven democracia española desde que se restauró hace cuarenta años.
-Soy partidario de los referéndums –o referenda, académicamente–, siempre que se realicen de manera ordenada, consensuada y, sobre todo, de acuerdo con la legalidad. La legalidad no es inmutable, se puede cambiar, pero utilizando los cauces que están abiertos.
-Soy contrario, por tanto, a las «vías revolucionarias», que pisotean el Parlamento, toman la calle, desprecian la libertad de expresión. Especialmente, cuando los fundamentos de tales «revoluciones» son mendaces: Cataluña no es «un país oprimido», ni robado por «España». Más bien, han sido los propios dirigentes catalanes quienes, como sabemos, han robado en abundancia.
-No quiero la independencia de Cataluña, que es tierra creo que querida por la mayoría de los españoles. Pero, si de veras una mayoría lo suficientemente cualificada de catalanes la quisieran, si realmente Cataluña fuese una tierra sojuzgada, si de veras las ventajas de la secesión fuesen más que los males que provocaría, yo aceptaría, qué remedio, la secesión. No es el caso.
-Y menos cuando todo este «procés», vacío de garantías y de rigor jurídico, está liderado por gentes que no solamente quieren irse de España, sino, sobre todo, socavar el sistema democrático occidental en el que vivimos. No, yo no quiero ni estar gobernado por gentes como los de la CUP, ni que tengan el menor poder en una parte de este país, magnífico con cuantos peros usted quiera, llamado España. Resulta increíble que un grupo de burgueses, como Puigdemont y Oriol Junqueras –no se deje usted engañar por lo de «Esquerra»–, hayan podido no solo aliarse, sino convertirse en sicarios, de un grupo como «las» CUP.
-No soy partidario de esa «mano dura» que algunos predican «en Madrid» y que tendría repercusiones negativas para el conjunto de los catalanes, no solamente para el grupito de insensatos que nos han embarcado a todos, catalanes y no, en su «procés». Soy, todavía, partidario de la negociación, que habrá que retomar tras los sucesos del 1 de octubre, mal previstos, me parece, por todas las partes. Y esa negociación, la Generalitat, quien la encarne el día 2 de octubre, la tendrá que hacer «a la baja». Porque, ocurra lo que ocurra, el batacazo político del molt honorable y de sus más cercanos irreductibles va a ser de campeonato. Tendrán, inevitablemente, que convocar elecciones para tapar su fracaso con las urnas de cartón y las papeletas volanderas.
-Por lo demás, ha dejado de asustarme el «choque de trenes» de dentro de dieciséis, quince, días. Es más, creo que lo que Miquel Iceta –uno de los que más saben de política en el circo barcelonés– me definió una vez como «choquecito» de trenes puede ser conveniente, siempre y cuando no produzca víctimas más allá del desacarrilamiento de algunos pasajeros y el pavor alarmado de los pasajeros.
-Pero, claro, serán esos mismos pasajeros, los de los vagones de uno y otro tren, los que, a continuación, entenderán que algo nuevo hay que hacer, porque lo hecho hasta ahora no ha dado sino malos resultados, pérdida de la imagen del conjunto de España en el extranjero –y no digamos ya cómo está quedando Cataluña, por mucho dinero que se gasten en la diplocat– y ruptura de relaciones entre amigos y familiares. Cataluña se ha partido en dos a todos los niveles, pero, como no queda más remedio que restañar las heridas, se restañarán.
Así que le aconsejo que haga usted lo mismo que yo: no dramatizar sobre las consecuencias de lo que vaya a ocurrir, una vez que es inevitable que, lo que vaya a suceder el próximo 1 de octubre, suceda. Contabilicemos, más bien, las consecuencias buenas que este lance van a salir, desde la unidad en lo territorial de las fuerzas constitucionalistas hasta la adopción de una postura unívoca e inequívoca entre los que, como Podemos, no saben muy bien si decir «so» o «arre». Puede que, a partir de ahí, también acaben ciertas actitudes inmovilistas y se impulsen reformas legales, económicas y constitucionales que faciliten una más adecuada convivencia en la piel de toro. Y lo mejor de todo: acabará el riesgo de que gentes como los de la CUP puedan decidir qué hacen con nuestras vidas. ¿Le parece a usted poco?

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