El terrorismo como estrategia de manipulación.

España y el mundo están de luto. Miles de velas encendidas secan las lágrimas derramadas por una sociedad sufriente, que aún no ha interiorizado que el mundo se ha convertido en un campo de minas, por donde, muy pronto, pasear será poco menos que cosa de valientes, sobre todo, en las grandes ciudades. Ahora le tocó a Barcelona. ¿Dónde será la próxima masacre? Para nuestra desgracia, el terrorismo marca actualmente la hoja de ruta de gobiernos y ciudadanos. Y al decir terroristas no solo me refiero a los fanáticos reales, que ponen bombas y asesinan, sino también a los que tras bambalinas mueven los hilos y se aprovechan de esta lacra para sus fines ocultos, cada vez más a la vista.

Los que colocan bombas, decapitan infieles, torturan, violan a mujeres o se autoinmolan haciendo volar por los aires a seres humanos inocentes, parecen locos de manicomio, pero no lo son, por mucho que nos quieran hacer interiorizar esta nueva idea lanzada desde las alturas. Es cierto que existe una gran confusión entre los términos árabe, islámico, islamista, yihadista o muyahidín, y es verdad que un árabe puede ser agnóstico, que un islamista puede ser pacífico, y así cuantas premisas se nos antoje plantear. Ahora bien, en medio de la confusión semántica, de algo sí podemos estar seguros, y es que estos “locos”, según la nueva nomenclatura, odian a Occidente, que ellos consideran terreno a conquistar. Refiriéndonos a nuestro país, no hay que olvidar que España es su al-Andalus, su paraíso perdido al que prometieron volver. Promesa cumplida, por cierto, con la anuencia de nuestros políticos, que ejecutan tratados internacionales de muy dudosa finalidad. En lo que a mí respecta, estoy completamente segura del complot para islamizar Europa, una islamización a través de leyes buenistas, que promueven e implementan eufemismos para que el pueblo trague sin masticar los siglos de atraso de la cultura de las mezquitas. Los fieles que escuchan las enseñanzas de Mahoma, de boca del imam de turno, seguro que no ponen bombas, pero contribuyen con su presencia a que las mujeres europeas, a no mucho tardar, tengamos que usar velo y dejarnos maltratar por nuestros hombres, porque parece que así damos gusto al profeta.

La islamización de Europa es ya un hecho. Nuestros políticos “malinchistas”, al servicio de oscuros intereses, pretenden convertir la cultura occidental en una mera anécdota histórica, mientras dan protagonismo a los seguidores de Mahoma. Los musulmanes vienen para quedarse, para imponer, para reconquistar lo que perdieron en la Reconquista, para destruir nuestras pinacotecas porque ofenden a Alá. Nos han creado un profundo complejo de culpa y no nos atrevemos a verbalizar lo que internamente pensamos, no vaya a ser que nos tachen de xenófobos y de insolidarios. La mordaza es total. Con esa ventaja juegan nuestros dirigentes al servicio del Gran Ojo que todo lo ve, desde la cúspide de la pirámide. La manipulación de los sentimientos es un arma poderosa y la están empleando contra los ciudadanos, porque una cosa es prestar ayuda a los necesitados –léase en este caso inmigrantes y refugiados—y otra muy distinta es que, bajo este disfraz y a través de las mafias, estén entrando miles de “soldados de la guerra santa”, dispuestos a inmolarse, y arsenales de armas para asesinar al infiel. Paradójicamente, salvamos a sus hijos para que asesinen a los nuestros. Duro, pero es la triste realidad.

No obstante, conviene tener presente que la precuela de esta novela bélica por entregas la escribió Estados Unidos, con el autoatentado a las Torres gemelas, pretexto para la invasión de Irak, tras el bulo de las armas de destrucción masiva, el bombardeo a Libia después, seguido del rosario de guerras y guerrillas donde se utilizan las armas vendidas desde Libia, Siria e Irak. De aquellos polvos vienen estos lodos. Esta idea va calando, y muchos ya han empezado a darse cuenta de que el análisis de los hechos hay que iniciarlo si no desde el origen, sí desde más atrás de lo que se está haciendo. El 11-S marca el principio de una nueva “Edad”, que bien podríamos llamar postcontemporánea, que se caracteriza por un estado de guerra crónica, sutil y medio silenciosa, de la que algunos aún no se han percatado. Estamos en guerra, otro tipo de guerra: de precaución y de miedo, de campo de minas que no se sabe dónde ni cuándo pueden activarse. Con el temor, además, de que las bombas clásicas, atómicas, de racimo e incluso bacteriológicas, penden sobre nuestras cabezas. Esta es la situación.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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