Luis del Val – Aragón y los chulos


MADRID, 31 (OTR/PRESS)

La diferencia entre un catalán normal y un catalán secesionista es la misma que existe entre el cliente cotidiano del bar y el cliente fanfarrón, que habla en voz más alta que los demás, y parece que intenta retar al resto de la tranquila clientela, que no le suele hacer caso. Esa falta de eco la interpreta el chulo como el triunfo de su supuesta gallardía, y sale del establecimiento convencido de que ha acojonado a todos los que se han quedado dentro, mientras en el interior mueven la cabeza con una mezcla de lástima y alivio, al comprobar que se ha marchado el gilipollas.
Los secesionistas catalanes no parecen dispuestos a cumplir una sentencia judicial, que les obliga a devolver a los aragoneses las obras de arte que se llevaron del monasterio de Sijena. En Aragón hay una molestia leve, de momento, pero le recordaría al secesionista catalán, ayer súbdito de la Corona de Aragón, que cuando esta gente se enfada es capaz de llenar Zaragoza con 800.000 personas para protestar por un trasvase, cosa que sorprendió al propio Aznar, porque en todo el territorio no suman más de 1.200.000 habitantes. Son pocos, pero no les arredran los chulos. Y puede que les cueste arrancarse, pero cuando se arrancan revolotea el espíritu de Manuela Sancho y Agustina, y resultan difíciles de parar.
De momento, no se dan por chuleados, pero bastarían un par de voces incendiarias para que se presentaran en Lérida tres trenes aves seguidos, llenos de indignados, un centenar de autocares, y un par de miles de automóviles para que se originara un problema de orden público que nunca se sabe cómo acaba. Y que sería responsabilidad de los chulos, que parecen redactar todos los días un capítulo más del bonito manual «Como hacerse antipático a todos los vecinos, e irritar a los del mismo rellano».

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