Hacia la nueva humanidad transhumanista.

Stanley Kramer, en 1963, con su humorística película It’s a Mad, Mad, Mad World, puso de moda la frase que tanto hemos repetido: “El mundo está loco, loco, loco”. El mundo está loco, sí, pero ni esto es una película, ni somos la pandilla de turistas de la autopista del desierto del sur de California en busca del botín, sino ciudadanos inmersos en la dinámica de una sociedad que se está acostumbrando a tragar los vómitos del esperpento.

El nuevo paradigma que aflora no es precisamente halagüeño. No es que estemos en contra de los cambios, per se, pero hay que establecer los límites. No todo vale, y ya hace tiempo que el olor a azufre del inframundo enmascara el aroma de las rosas que florecen en la superficie. ¿Qué está pasando? ¿Quién dirige toda esta sinrazón? ¿Quién pinta este fresco negro que subvierte los valores? Es como si, de pronto, a la sociedad le hubieran robado el alma. A mí me preocupa el alma. Da la impresión de que el transhumanismo, ese movimiento que en los años sesenta empezó a preconizar un ser humano distinto, genéticamente modificado, con órganos trasplantados y tecnología incorporada en sus células, sin limitaciones biológicas, estuviera, de alguna manera, fagocitando a la humanidad de la Edad Contemporánea, para dar paso al ser humano “cyborquizado”, anunciado por Raymond Kurzweil, Kevin Warwick y Hans Moravec, según los cuales, en los próximos cincuenta años el ser humano será completamente diferente. Kurzweil, director de ingeniería de Google, afirma que “en diez años seremos capaces de revertir los efectos de la edad y mantenernos jóvenes eternamente”.

La robótica, la biónica y la inteligencia artificial que predice Marvin Minsky, con futuros de ciencia-ficción, es el sueño de estos aprendices de dioses. Nada que ver con los “Vrill-ya”, del rosacruz Bulwer Lytton, aunque también los hombres de su raza futura tenían robots.

Los transhumanistas se consideran a sí mismos los continuadores del Humanismo y la Ilustración. Estos nuevos teóricos de torres de Babel –Fereidoun M. Esfandiary, Max More, J.B.S. Haldane, Robert Ettinger o Anders Sandberg— creen que todo esto es pura bonanza para la humanidad. No obstante, algunos alertan de un peligro en todo esto. No se trata de tenerle miedo al tren, a la olla exprés o a cualquiera de los avances que, a priori, por precaución, el ser humano ignorante siempre se muestra reacio. Hablamos de un extremo que atenta contra la esencia y naturaleza del ser humano, o más bien de su trivialización.

El politólogo, Francis Fukuyama, considera que es “la idea más peligrosa del mundo”. Por su parte, Nick Bostrom, fundador con David Pearce de la Asociación Transhumanista Mundial advierte de los peligros de la inteligencia artificial. Eric Drexler, el científico que más aportó a la nanotecnología molecular, alerta de los riesgos de esta ciencia, si no se trabaja a la par con la ética. He aquí la cuestión: la ética. Yo creo que es un problema de alma. Algunos esoteristas, como Ouspensky aseguran que no todos los humanos tienen alma. ¿Y si esa fuera la clave?
Estos avances tecnológicos que están convirtiendo al ser humano en un mutante, harían babear al filósofo británico del siglo XVI, Thomas Hobbes, que consideraba la vida humana “desagradable, brutal y corta”, y decía que la humanidad podría trascenderse a sí misma con los avances científicos.
Al paso que vamos, antes de medio siglo, seremos robots –muchos ya lo son— y tendremos en nuestros cuerpos colonias de polímeros autoensamblables, ajenos a nuestra naturaleza, pero seguiremos siendo mortales. La búsqueda del grial, de la fuente de la eterna juventud y del vellocino de oro, seguirá presente en la agenda del ser humano trascendente.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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