Rafael Torres – Dos turistas por cabeza


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Cada vez somos menos, pero, por una de esas radicales paradojas de la vida, cada vez somos más. Según un reciente cómputo, en los últimos años mueren más españoles de los que nacen, pero no por ello clarea la presencia humana en nuestro territorio: hordas turísticas reponen sobradamente, brutalmente, las bajas autóctonas.
Si se cumplen las previsiones del ramo, España recibirá a lo largo de éste año unos 83 millones de turistas, pero parece que han llegado todos de golpe. Cada español toca a dos turistas, y esa circunstancia, que pone los dientes largos a quienes se forran con tan descontrolada invasión, tiene su correlato siniestro en la realidad ordinaria, de la que el común de los españoles, reducidos a mera y mal pagada figuración en el parque temático, de atracciones, de ocio, en que se ha convertido su país, son marginados o expulsados.
No hace falta insistir en el sindiós que supone que el centro de las ciudades se haya tornado inhabitable para sus tradicionales pobladores, incapaces de resistir la violenta presión de los alquileres turísticos, de los precios de las cosas y del ruido permanente que genera el tráfago incesante de esas turbas erráticas. Tampoco abundar en el hecho de que esos 83 millones se dejan aquí, además del dinero que va a parar al bolsillo de unos pocos, sus residuos de todo tipo, pero en pocas ocasiones lo que alguna vez dejaron cuando no eran tantos ni tan vulgares, noticia viva y enriquecedora de otros confines, de otras maneras de pensar, de otros mundos.
Cada español toca a dos turistas, pero ¿qué puede hacer un español con dos turistas todo el santo día? El que tenga suerte y le toquen dos de esos encantadores y benéficos que se mueren por visitar el Museo del Prado, que beben lo justo y que se retiran pronto, no sucumbirá a ésta invasión tan descarada y tan escasamente silenciosa, pero los que no la tengan, la mayoría, y tengan que bregar con dos de esos mastuerzos que trasiegan como si no hubiera un mañana, que montan botellones en los apartamentos o que embisten a los contenedores, acabarán ingresando en el cada vez más nutrido estadillo de la turismofobia.

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