Fernando Jáuregui – El viejo-nuevo Pedro Sánchez


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Como en la primavera-verano del año pasado, el centro de la atención política está en Pedro Sánchez. Que viene diciendo más o menos las mismas cosas que en la primavera-verano de 2016, de la misma forma que Mariano Rajoy, salvando su actuación pactista en la negociación de los Presupuestos, sigue tan reacio a avanzar en los cambios necesarios como entonces. Y, ya que estamos, tengo la sensación de que Pablo Iglesias sigue sin moverse del trapecio circense en el que se movió en los meses pasados, cuando se ofreció a ser vicepresidente, jefe de los espías, de televisión Española, de Defensa, de Interior, de… Y el otro «emergente», Albert Rivera, no muda tampoco en sus posiciones, y sigue sin considerar, por ejemplo, aceptar una entrada en el Ejecutivo de Rajoy.
Y entonces, llega Pedro Sánchez, indiscutible ganador de su propio congreso del PSOE, proponiendo nuevamente un «pacto a tres» -Ciudadanos, Podemos y los socialistas, se supone que bajo el liderazgo del propio Sánchez- para desalojar a Rajoy de la Moncloa y «dar algunos pasos» hacia la conquista del palacio presidencial. No sé qué hubiese dicho Freud ante tanta fijación con el complejo monclovita donde se ubica el despacho del hombre más poderoso de España, pero, ya que no Freud, uno, mucho más modesto e improvisador, estaría tentado de pensar que lo que sigue moviendo al señor Sánchez es el deseo irrefrenable de echar a Rajoy… para ponerse él en su lugar. Es decir, que la «non sancta alianza» que el secretario general socialista propone a los por otro lado irreconciliables enemigos Rivera e Iglesias no consiste en elaborar un programa regeneracionista, ni una estrategia para plantar cara conjuntamente al desafío secesionista de la Generalitat -que también anda en lo mismo -que en 2016, pero cada vez más cerca del precipicio–. No: más bien, consiste en la «toma», entre comillas por favor, del palacio de la Cuesta de las Perdices.
Conste que me alegraría comprobar que un cambio razonable es posible y que se instaura una época verdaderamente reformista en España, con nuevos modos y aires en la política que ha venido siendo la usanza en este secarral. Simplemente, es que no lo veo; con el pretexto -pretexto, sí- de que el PP es un partido corrupto, y sin duda lo ha sido, y aún no sabemos hasta qué punto, la urgencia es desalojarlo del poder, para ocuparlo «los nuevos». Lo que pasa es que «los nuevos» no se ponen de acuerdo entre ellos sobre cómo y con qué programa han de realizar la ocupación. Ni con qué electores, claro. Porque, hoy por hoy, lo cierto es que, guste o no, el PP sigue ganando elecciones, es la formación política más consolidada y disciplinada y su presidente, el señor Rajoy, es una figura, con todos sus claros y oscuros, parece que en alza en el espacio europeo.
Soslayar todo esto al grito de «¡mueran los corruptos!» me parece un error político: dejen hacer a los jueces y a las comisiones parlamentarias de investigación y pongámonos manos a la obra en la tarea reformista. Porque estimo que mucho más constructivo sería ahora aparcar, hasta que se cumpla la Legislatura, la guerra frontal, sustituyéndola por una oposición crítica y dura en el Parlamento, mientras se llega a acuerdos parciales en temas sensibles de Estado, como qué hacer con y en Cataluña. Temo que esto último es algo con lo que Pedro Sánchez, en el fondo instalado, como el 2016, en el «no, no y no», jamás va a transar ni transigir, por mucho que ofrezca su «colaboración» a Rajoy en este muy concreto aspecto.
Hay quien habla, quién sabe si con ánimo de creer en ello o simplemente por lisonja, del «nuevo» Pedro Sánchez, un hombre que habría aprendido de sus errores. Lo que yo he visto, hasta el momento, es que en el círculo de tiza caucasiano del líder del PSOE ni siquiera se admite haber cometido error alguno. Así que ya me dirán ustedes.

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