Fernando Jáuregui – Quizá no tengamos remedio, quién sabe


MADRID, 2 (OTR/PRESS)

Definitivamente: la presidenta del Gobierno regional de Madrid, Cristina Cifuentes, que es persona por la que siento un gran respeto, jamás debió decir, desde el atril de la Asamblea madrileña, que Podemos alberga en sus listas a «pederastas, agresores o antiguos terroristas». Hizo un gran favor a la formación morada, cuya portavoz, Lorena Ruiz-Huerta, novata en estas lides, venció a la experimentada Cifuentes en fondo y forma parlamentarias. Y es que la irritación de la creo que patentemente honrada Cifuentes al ser acusada, en uno de esos escritos tan raros de la UCO de la Guardia Civil, de presunta corrupción por ¡¡haber visado la autorización de una concesión de la cafetería de la Asamblea!! nubló la vista y el verbo de la presidenta. Es lo que está ocurriendo en este país nuestro estos días: lo accidental prima sobre lo sustancial, lo chusco okupa titulares sociales y tertulianos, lo «interesante» se impone a lo importante. Siempre ocurre, es verdad: pero ahora, más.
Así que Cifuentes, a quien algunos querían ver como una de las posibles figuras sustitutas de Mariano Rajoy cuando toque -allá por 2019 o quizá 2020–, ha sufrido un revés serio en su carrera a cuenta de una nadería y de una pérdida de nervios. Y todo gracias a un papel «filtrado» oportunamente, uno de esos en los que se afanan los servicios de investigación de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, en alianza a veces con filtradores casi profesionales instalados en el mundo puñetero de las togas y asimilados. Famas, honras, trayectorias, quedan estos días hechos añicos por investigaciones más o menos espurias, micrófonos más o menos ilegales, rumores esparcidos con quién sabe qué aviesas intenciones. Sí, me refiero, por supuesto, también al «caso Manuel Moix» y su empresa panameña, oportunísima cuestión llegada a la opinión pública que precipitó una dimisión que debería haberse producido hace semanas. O mejor no: nunca debió producirse tal dimisión porque jamás debió hacerse tal nombramiento. Moix no era el hombre adecuado para el cargo.
Lo lamentable, a mi juicio, es que el Gobierno, que está como a verlas venir, creyendo que ya lo ha solucionado todo por sacar adelante los Presupuestos -es lo único que ha hecho en esta Legislatura–, no esté poniendo medidas ya para garantizar la seguridad jurídica de muchos españoles, inermes ante tanta maniobra orquestal en la oscuridad. Eso, desde luego, no es luchar contra la corrupción, sino incrementarla: dejando ya aparte el lamentable caso de la «cafetería de Cifuentes» y por poner otro ejemplo, ¿cómo es posible que alguien tan patentemente honrado como el ex ministro Pimentel, con cuya amistad me honro, se haya visto en la picota gracias a la difusión de uno de estos ucoinformes? Así, claro, no podemos extrañarnos de que uno de los más lenguaraces e inconsistentes miembros del consistorio madrileño, Carlos Sánchez Mato, diga ante micrófonos, sin que nada ocurra, que el PP «roba».
Ya digo: hay estafadores de cientos de millones pululando tan tranquilos y aquí andamos a vueltas con la cafetería, concesión otorgada, por cierto, en tiempos de Esperanza Aguirre, al cuestionado hostelero Arturo Fernández, a quien tanto favoreció aquella hoy ida «lideresa». O, ya que estamos, y por poner sobre la mesa otro caso que me parece lacerante, nos enzarzamos con el contrato del asistente de un discapacitado, quien sucede que es dirigente de Podemos: no sé cuánta gente habrá dispuesta a tirar la primera piedra en el asunto Pablo Echenique -bueno, ya han arrojado muchas–, pero, desde luego, no seré yo quien lo haga.
Frivolizamos hasta lo más grave, que entiendo que es el problema creado por los secesionistas en Cataluña. Ya ven ustedes la discusión a la que nos ha lanzado el muy mediocre político Puigdemont, preguntando a Rajoy desde el Parlament si va a utilizar la fuerza para impedir la separación de los catalanes, a lo que, desde el PP, Xiol responde con otra inconveniencia, que hay cosas que mejor no mentarlas: dijo que «ya les gustaría (a los separatistas) ver al Ejército entrando por la Diagonal». Pues claro que eso no va a ocurrir, desde luego. Bueno, en realidad, como unos Sánchez Matos a la catalana, fueron ellos, los secesionistas enzarzados en la pasión de catalanes, los primeros en decir que España «ens roba». Y todos tan tranquilos, que aquí nunca pasa nada.
Yo diría, viendo la frivolidad a la que se ha lanzado Pablo Iglesias a la hora de presentar una moción de censura que se hará famosa por su «efecto boomerang», que estamos ante la gran oportunidad del recién retornado Pedro Sánchez. No era yo últimamente lo que se dice un fan del ex y próximo secretario general del PSOE, cuyos errores superan con creces a los aciertos, pero esto es lo que hay y con estos bueyes, con perdón, nos toca arar. Se trata, ahora, de ver si es posible que el «nuevo» Sánchez entable un diálogo constructivo con quien gobierna, que no es otro que Mariano Rajoy, nos guste o «no, no y no». Y que se deje el aún líder de la oposición de contribuir a la ceremonia de lo que Kundera llamaría «la insoportable levedad del ser», lanzando munición de sal gorda, como proclamar que se siente identificado «con el electorado de Podemos», cuando lo que en realidad quiere decir es que quiere arrebatar a los morados una parte de los cinco millones que todavía poseen. Debe de ser el «estilo Trump», que se impone.
Menos mal que este país, alegre, despreocupado y confiado, que bate récords de compra de automóviles pensando en las vacaciones veraniegas y monta escándalos porfiando porque un testimonio presidencial se haga en directo, y no huyendo hacia el plasma, lo aguanta todo. O casi todo. A veces uno cae en la melancolía de pensar que puede que no tengamos remedio.

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