Fernando Jáuregui – ¿Quién asesorará a Rajoy tras los Presupuestos?


MADRID, 31 (OTR/PRESS)

Ignoro quién asesora a Mariano Rajoy en ciertos temas. Es obvio que, en algunas cosas, el presidente está bien aconsejado, quizá contando con su propio empuje -es una manera de hablar–: política exterior, capacidad de llegar a acuerdos parlamentarios… En otras, especialmente en comunicación y promoción de su marca personal, está claro que el jefe del Gobierno del Reino de España, sin duda también impulsado por sus propias carencias, puede mejorar, por decir lo menos.
Es obvio que, pese a todo, el presidente vive un momento dulce: ha negociado bien, aunque con pólvora del rey, para sacar adelante los Presupuestos para este año, lo que acaso es un buen precedente para el año próximo; tiene buen cartel internacional y está logrando aglutinar apoyos a la hora de enfrentarse al problema político número uno que el país tiene planteado, hasta el punto de que «mister no, no y no», o sea, Pedro Sánchez, le ha llamado para ofrecerle su respaldo ante una negociación con la Generalitat. Bueno, es un paso adelante, aunque no me consta, la verdad, que Rajoy haya ofrecido a ninguna otra fuerza política negociar conjuntamente con los Puigdemont y los Junqueras. Ni estoy del todo seguro de la sinceridad de la propuesta de Sánchez.
Yo diría que, en todo caso, el desbloqueo de los Presupuestos, que nos ha salido caro, pero no tanto como nos hubiese salido el no haberlos aprobado, muestra que Rajoy aún es capaz de emprender una negociación difícil y concluirla con éxito; ¿por qué no va a repetir la hazaña de ganarse las voluntades -apelando a los bolsillos_del PNV y de los partidos minoritarios canarios de cara a los Presupuestos para 2018, que se debatirán este otoño? Basta con aflojar la bolsa. Y ya que estamos: ¿se convencerá el presidente de que siempre será mejor acudir a la mesa negociadora catalana -o vasca, o europea– acompañado por otras fuerzas políticas que hacerlo en solitario?

Todo eso, en fin, constituye la botella medio llena; al menos, medio llena de promesas. Luego están cuestiones que tienen que ver con la corrupción, la imagen y, por tanto, la percepción que los ciudadanos tienen de su Gobierno. Y eso evidencia la botella medio vacía. Por ejemplo, el tan discutido tema de si el presidente debería haber declarado o no por plasma en su testimonio -porque testigo es, que no acusado_ante los jueces del «caso Gürtel». No estoy seguro de que se deba exponer al jefe del Gobierno de España a la picota. Pero, convencido como estoy de que Mariano Rajoy nada doloso o penalmente punible debe tener que ocultar, no entiendo cómo es posible que el presidente no se ofreciese, desde el primer momento, a ir a declarar en persona, en lugar de esconderse tras la pantalla de plasma, como si algo tuviera que esconder o de algo se avergonzase. Corría el riesgo de que ocurriese lo que ocurrió: que un magistrado discrepase de la versión políticamente correcta y entonces*

Sigue, por tanto, el presidente con la táctica de «olvidar» el nombre de Bárcenas. O de mirar hacia otro lado cuando de condenar públicamente se trata a Ignacio González -que era, por cierto, su peor enemigo dentro del PP_, o a Esperanza Aguirre -que era la «número dos» en el «hit parade» de odiadores del presidente–. O de ignorar que la marea salpica, y va a salpicar, a otros ex altos cargos del PP y del Gobierno. O de tratar de mantener contra viento y marea al fiscal de anticorrupción, que es una auténtica piedra de escándalo para la ciudadanía y no debería seguir en el puesto ni un minuto más, independientemente de que haya o no dolo en su «empresa panameña».
Tras su indudable éxito con los Presupuestos, Rajoy tiene que entender que se le abre una nueva, y aún más difícil, etapa política. Que no escuche solamente a los pelotas que le rodean y se olvidan de recordarle, como se hacía con los aurigas vencedores en Roma, que es mortal. Un célebre dibujante de humor -por clasificarle de alguna forma–, El Roto, pintaba este martes un choque de trenes, uno procedente de Cataluña, sin conductor; el otro estaba estacionado en vía muerta en La Moncloa. No haré más preguntas, señoría.

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