Rafael Torres – El camino de la sedición


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

Para solicitar, negociar o proclamar nada menos que la independencia de un territorio, la lógica democrática dicta que los partidos que la defienden reúnan, como mínimo, las tres cuartas partes de los votos emitidos, cuando menos, en las elecciones de su demarcación, regionales o autonómicas. Desde ese punto de vista aritmético, básico en una democracia parlamentaria, la demanda independentista, refrendada por tres de cada cuatro electores, adolecería de una razón y de una fuerza difícilmente discutibles. Por desgracia para los partidos que en Cataluña han emprendido el camino de la sedición, si es que no de la abierta rebeldía, entre todos ellos no juntan ni la mitad.
El que sí reunió en torno a ese 75% de votos afirmativos, adhesivos, fue el Estatut de 2006, votado por los catalanes, y al que el Partido Popular principalmente tumbó con sus recursos al Constitucional y con sus apocalípticas campañas del «se rompe España». Es ahora, y en buena medida a causa de aquél escamoteo de la voluntad mayoritaria, que sólo expresó su deseo de ser tratada como lo que seguramente es, una nación, o de lo que cree o desearía ser, cuando la amenaza de ruptura se ha materializado. La torpeza y la menesterosidad política de una parte, sumada al aventurerismo irresponsable y delincuencial de la otra, nos han traído hasta aquí.
No hace falta volver a señalar, por repetitivo y por obvio, que la soberanía nacional reside en el Pueblo Español, es decir, en todos y cada uno de los españoles, ni que la integridad territorial de España no es ni negociable ni enajenable. Habría, pues, que preguntar a todo el mundo, a todos los españoles, si conceden, primero, en resignar su soberanía en un ente «negociador», y, segundo, si aceptan de grado la pérdida de una parte de su país, y habría que preguntárselo mediante la fórmula democrática más directa y unívoca, a través de un referéndum. A los secesionistas de ERC, del PdCat, de la CUP, y a los partidarios de su «consulta» como Podemos, que se reputan tan fanáticos del referéndum, no quieren ni oír hablar de éste único posible, democrático, legal y verdadero.
Aquél Estatut de 2006, como uno se hartó de defender en su día, no rompía España. Todo lo demás, desde que se lo cargaron, sí.

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