Antonio Casado – Maduro, en Turquía


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

Claro que nos concierne lo que está ocurriendo en Turquía. Por su situación estratégica respecto al conflicto sirio que reproduce la peligrosa tensión entre rusos y americanos. Por su europeismo malogrado. Por su pertenencia a la OTAN. Porque la vieja Europa ha subcontratado a ese país como aparcadero de refugiados. Y, en fin, porque de alguna manera, aunque en distintas coordenadas culturales, nos recuerda a la Venezuela chapista y se suma a la ola regresiva que azota a la parte civilizada del mundo.
Lo último es el referéndum facialmente democrático convocado por Erdogan en pos de objetivos antidemocráticos. Suponiendo que todo haya transcurrido con la limpieza que la UE pone en duda, igual que la oposición interna frente al gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo, es absolutamente antidemocrático reclamar la complicidad de los ciudadanos turcos para cargarse el dogma de la separación de poderes, mientras está vigente el estado de excepción. Tan absolutamente antidemocrático sería derogar la Declaración de Derechos Humanos o restablecer la esclavitud, aunque así lo reclamase la mayoría en una consulta formalmente democrática.
¿Cómo va a ser democrático implantar un régimen en el que un solo ciudadano turco decide por ochenta millones? No vale el argumento de que así lo quiere una mayoría de turcos. Ni siquiera de eso puede hablarse con ese 51,3 % que votó «sí» a la reforma constitucional propuesta por Erdogan, frente al 48,7% que voto «no». De ese desenlace se deriva el mal presagio de una Turquía partida en dos. Justamente en un país ya bastante tensionado desde el golpe de Estado del último verano.
Si no es lo mismo se parece mucho a lo que está ocurriendo en Venezuela, donde también está vigente el estado de excepción desde mayo de 2016 (el famoso decreto 2323). O sea, Erdogan y Maduro reclaman todo el poder para el jefe, como los caudillos en el fascismo y los reyes en las monarquías absolutas.
Es inadecuado hablar de repúblicas presidencialistas para referirse a la Turquía de Erdogan o a esa Venezuela chavista que tanto gusta a Pablo Manuel Iglesias (le gustaba, al menos, de lo que hay pruebas documentales más que sobradas). Con el poder ejecutivo concentrado en una persona, a la que se otorgan competencias legislativas y el poder de nombrar a la cúpula del poder judicial, la referencia al «presidencialismo», como forma de gobierno, no sirve para describir a un sátrapa amado por medio pueblo y odiado por el otro medio, que hace de su capa un sayo y silencia al discrepante sin reparar en medios.
Maduro, al menos, no mete por medio la religión, como sí hace Erdogan. El que no se consuela es porque no quiere. Eso sí, en ambición de poder y sordera ante sus respectivos ciudadanos, no hay mucha diferencia entre estos dos sátrapas, el del Caribe y el de Asia Menor.

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