Francisco Muro de Iscar – Juicio moral a ETA


MADRID, (OTR/PRESS) ETA certificó su derrota ayer, aunque todavía no ha anunciado su disolución, pero fue derrotada mucho antes: el día en que los políticos españoles, entre ellos también algunos vascos, decidieron acabar con la división, no ceder nunca más al chantaje y dejar que las fuerzas de seguridad y la Justicia pusieran punto final al terrorismo asesino de una organización criminal. Una banda a la que muchos vascos con responsabilidades políticas o periodísticas, durante demasiado tiempo, cuando los muertos se contaban ya por centenares, sólo calificaban de organización separatista. Unos asesinos que no han conseguido sus objetivos -la independencia del País Vasco, la expulsión de las fuerzas de seguridad y la anexión de Navarra, entre otras-, pero que podrían lograrlo si los partidos y las instituciones les compran su relato y no siguen unidos defendiendo la democracia. Fernando Aramburu, autor de «Patria», la novela que escenifica el relato de la derrota de ETA, dice que «frente a la narrativa que convierte al criminal en héroe, postulo la urgencia de un relato que desenmascare al agresor, revele su crueldad y rebata sus pretextos… Si se viaja por los pueblos del País Vasco y de Navarra -añade- uno se percata de que la posible desaparición de ETA, vencida por las fuerzas de seguridad españolas y francesas no implica la desactivación de sus ideas y de sus objetivos». En algunas ciudades como San Sebastián se puede pasear hoy con cierta libertad y a nadie le matan por pensar diferente o por representar la legalidad. Pero eso no significa que se viva la libertad, que se pueda expresar uno con plena autonomía o que haya pueblos donde haya que entrar con precaución. En Navarra el proceso de euskaldunización es innegable.
Las víctimas y sus familiares siguen siendo los grandes olvidados, los grandes ausentes. Si la historia de ETA se cerrara con la impunidad de los asesinos, con el archivo de los casi 300 asesinatos aún no esclarecidos, con el acceso a la normalidad democrática y a los derechos políticos de quienes mataron a tantos inocentes, sería un crimen de Estado. «La condición de víctima, dice también Aramburu, es para siempre». Nadie reparará el daño. Por eso, sin que los etarras que están en la cárcel y los que están en libertad, huidos o en sus casas tras haber malpagado lo que hicieron, pidan perdón a las víctimas, a la sociedad que atemorizaron y a quienes durante décadas tuvieron que vivir con el miedo a ser asesinados por la espalda, no puede haber reconciliación ni acercamiento de los presos, ni perdón para nadie. El juicio moral contra ETA tiene que ser muy duro, radical. Pero el juicio real y la sanción de la justicia a los asesinos, también.
La entrega de unas pocas armas es solo un acto de propaganda. Y es un insulto a la verdad llamar «artesanos de la paz» a sus artífices, como lo fue llamar a Otegui «hombre de paz. La disolución de la banda terrorista y su petición de perdón a las víctimas y a sus familiares, sigue pendiente. Cuando se produzcan será el tiempo de hablar de reconciliación. ETA murió hace años, pero la libertad y la paz no están aseguradas mientras los terroristas y quienes les apoyan no reconozcan su absoluta equivocación, el daño que hicieron y el dolor que causaron inútilmente.

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