Charo Zarzalejos – Desarme y derrota


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

Con la propaganda que les es propia y para la que siempre encuentran acompañantes, los terroristas de ETA nos van a decir donde están los bidones con armas. No se trata de minimizar el gesto, pero no es más que eso, un gesto que indica que la derrota la están tragando sorbo a sorbo, que les está costando asumir que lo suyo fue una atrocidad, una cadena de infernal terror basado todo ello en un estrepitoso engaño.
ETA se va a desarmar pero nada apunta a que se vaya a disolver y ni una ni otra, juntas o por separado, merecen el menor agradecimiento, la menor exaltación, la más mínima emoción. Ellos y sólo ellos han sido durante años y años, los verdugos de gentes inocentes, gentes que, por otro lado, no encontraron la más mínima compasión por parte de aquellos que callaron, secundaron, comprendían «la lucha de estos chicos». ETA tiene que entregar las armas y disolverse sin esperar nada a cambio. Gratis total porque nada se les debe salvo el haber dejado familias destrozadas, tumbas que no deberían existir, personas con su sistema nervioso destrozado o con secuelas físicas que les acompañaran siempre. Ni media emoción, ni medio aplauso.
Los terroristas ya no matan. Son muchos los factores que han incidido en esa decisión que en ningún caso fue una decisión guiada por principios tan elementales como el que no se puede asesinar a una personas. Lo dejaron porque no ganaron y si no ganaron fue, sin duda, por la acción policial pero sobre todo y por encima de todo porque aquellos que sabían que podían morir a manos de nuestros particulares verdugos no huyeron. Mario Onaindía, un histórico de Euskadiko Ezkerra, solía decir que «si ETA te mata por lo menos sabes por que mueres». Y muchos, muchos supieron que podían morir y de hecho murieron porque ETA así lo decidió. A muchos de ellos les conocí personalmente y no era infrecuente que en el momento de la despedida te dijeran «mañana, si vivo, te llamo». En concreto, los socialistas Casas y Buesa no pudieron devolverme la llamada prevista porque, efectivamente, les mataron a las muy pocas horas de colgar mi teléfono.
Se disuelva o no, en relación a ETA queda una asignatura pendiente que no es otra que los hijos de nuestros hijos tengan claro quienes fueron los verdugos y quienes las víctimas, quienes apretaban el gatillo y quienes pusieron la nuca. Mientras esto no quede claro, escrito es la conciencia de todos nosotros, ETA no habrá sido derrotada del todo. No se trata de vivir en luto permanente y, ni mucho menos, de afán de venganza que jamás ha existido y, ni siquiera, resistencia al perdón si fueran capaces de pedirlo. No. Se trata de la verdad y sólo de la verdad. Se trata de no olvidar y de tener siempre presente que quienes tenían derecho al miedo optaron por resistir, por permanecer bordeando la línea fina que separa la vida de la muerte por mucha escolta que se llevara. Puestos a matar, ETA mató todo lo que pudo y siempre que pudo, en aras de una patria que nunca ha existido. En nombre de una inmensa mentira.
Quienes visiten el País Vasco se encontraran con tres ciudades magnificas cono son Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Son ciudades cuidadas, pujantes, bien diseñadas y preciosas. Verán La Concha y el Guggeheim en cuya explanada cayeron abatidos dos jóvenes ertzainas, el Parlamento de Vitoria en cuyo recorrido convirtieron en una bola de fuego y humo a Fernando Buesa y a su escolta y comerán maravillosamente en el Casco Viejo donostiarra, en el mismo en el que mataron a Gregorio Ordóñez. Es difícil encontrar una acera, un rincón, un recorrido en el que no quede la huella de la barbarie etarra. Si se adentran en los pueblos y tienen tiempo y ganas para ellos, verán como la siembra de horror y odio mantiene algunos de sus frutos porque como bien describe Aramburu en su magnifico libro Patria, las miradas, las distancias, continúan hoy vivas. Quienes visiten el País Vasco se acuerden de todos ellos porque gracias a ellos, a los que cayeron asesinados, hoy somos más libres para visitar y disfrutar de la extraordinaria tierra vasca. Siento que mi deuda con todos ellos es, y será siempre, impagable.

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