Rafael Torres – Gibraltar ¿más cerca?


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

La casualidad, pero también el aventurerismo político de una Teresa May que deja a la infausta Margaret Thatcher como buena, nos ha puesto a Gibraltar más cerca. En realidad, cerca siempre ha estado, ahí mismo, en ese bello espolón que la Península Ibérica proyecta hacia las costas de Africa, pero ahora que su metrópoli ha soltado amarras y navega fugitiva no se sabe bien si hacia Trump o hacia Putin, o simplemente a la deriva, son los propios irreductibles gibraltareños los que sienten, seguramente con vértigo y turbación, que están más cerca de nosotros, que somos, a fin de cuentas, los que en realidad estamos ahí y no a miles de millas de distancia y procurando a lo loco que no hieda el cadáver embalsamado de un Imperio que ya no es.
La casualidad, la realidad y el refrendo de una Unión Europea muy mosqueada con el «brexit» nos han puesto a huevo, valga la expresión, el logro de un ensueño, que no es el de la salmodia franquista del «Gibraltar español», tan ineficaz como vana, sino el del inicio del acercamiento, de un verdadero acercamiento, tres siglos después de que un Borbón regalara La Roca al Reino Unido, entre España y esa minúscula pero inexpugnable porción de su geografía física. Da igual que la carcunda de Londres nos amenace aludiendo a Las Malvinas, cual ha hecho un perturbado del partido de May, pues el río de la Historia es imparable y sólo la eventual ineptitud de nuestra clase política, que como digo lo tiene a huevo, podría detenerlo.
Si hay algo que horroriza a un inglés es dejar de serlo, pero ahí tenemos el aluvión de los que, residiendo aquí tan divinamente, van a cambiar su nacionalidad por la española, por la europea, y no sólo, aunque en buena medida, porque la pela es la pela. En Gibraltar también, aunque no sólo (pues es una piedra habitada cuyos inquilinos profesan un nacionalismo tan ferviente que sólo puede ser inventado), convienen en esa perogrullada de la pela, el talón de Aquiles de tantos irreductibles.
Se necesita, por parte de nuestros políticos, la convicción, primero, de que se trata de una gran cuestión de Estado, del que queremos, no del franquista que quería que se lo resolviera Hitler o cerrando la verja a las personas de uno y otro lado. Y, después, grandes dosis de diplomacia, de paciencia y de astucia. ¿Sabrán hacerlo?

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