Fernando Jáuregui – La caída del Imperio Romano


MADRID, 24 (OTR/PRESS)

El lugar común es que la Historia ha de estudiarse para no caer en los mismos errores del pasado. La realidad es más bien, que el hombre, con o sin libros de historia, tropieza siempre dos veces, o muchas más, en las mismas piedras. Quizá porque las piedras duran más que los hombres; duran hasta que los propios hombres las dinamitan, quizá porque les molesta su presencia como testigos. Y, así, ¿cómo explicar a los gobernantes europeos, encantados de conmemorar el 60 aniversario de la fundación de la Comunidad Económica Europea, hoy UE, que el Imperio Romano comenzó su declive en un día de fastos, sin que nadie se apercibiese de que los bárbaros, a los que tanto se combatió, ya estaban dentro de la muralla?

Claro que la Unión Europea es la plasmación de un éxito: ha traído bienestar y unión, como su nombre indica, pero no igualdad, a los países miembros. Sorprende ver a los rectores del club, tan satisfechos de estar ahí, olvidando quizá que desde el Este inseguro -sobre todo. Y estoy pensando en Putin casi más que en otra cosa–, desde el sur hambriento y, ahora, en la «era Trump», desde Occidente, las amenazas al viejo estilo del Viejo Continente son constantes, cada vez mayores. Y la menor de estas amenazas no es, desde luego, el terrorismo rampante que, de manera impensada, cruel, derrama sangre en las principales capitales europeas, causando aprensiones, inseguridades, incomodidades, dolor, tanto dolor*

Sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo era la receta churchilliana para lograr la victoria sobre las terribles realidades que amenazaban una civilización, una cultura. Yo añadiría generosidad, apertura de miras y solidaridad entre los aliados; no estoy por la Europa de dos velocidades, sino precisamente, de un modo más conceptual que pragmático, por la velocidad única que da el estar todos unidos para afrontar de manera abierta la llegada de todos los se sientes excluidos en sus propios países, de aquellos a quienes la violencia ciega y fanática deja sin hogar, sin nada. No puede ser que los votantes europeos, y escribo hoy desde Francia, no vean el riesgo que supondría votar a quienes quieren simplemente borrar del euro-mapa a los diferentes, vetarles el paso, excluirlos.
Ya sé, bien lo sé, que en el Consejo Europeo, por más conmemorativo que sea, no están para buenismos. Ni para imponer el espíritu humanitario. Pero es lo que los líderes europeos, los pocos verdaderamente líderes que van quedando, y pienso concretamente en alguien como Mariano Rajoy, deberían predicar. Como lo hizo la mejor Merkel, antes de quedar virtualmente anulada por el peligro de la extrema derecha racista que llama a la puerta de las urnas alemanas.
¿Cuánto tiempo más, cuánto, van los egoísmos cortoplacistas a poder seguir frenando la llegada de los bárbaros, como si este freno fuese posible? ¿Cuántos años más nos separan de la caída de nuestro Sacro Imperio Romano-Germánico, en el que tan confortablemente hemos vivido? ¿Cuántas muestras clamorosas más de falta de ideas innovadoras serán precisas para que las llamadas «cumbres» europeas pasen, por su ineficacia, inadvertidas para las opiniones públicas? Bueno, hoy brindemos por el sexagésimo cumpleaños de la Unión, que ni es tan Unión ni está para tantas celebraciones: las amenazas son muchas.

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