Antonio Casado – La Diada del 6-F


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

Moncloa pone en circulación el nuevo argumentario frente al reto del independentismo: «La respuesta será proporcional». A saber: si la Generalitat va a más en la amenaza, el Gobierno irá a más en la respuesta. Eso define el juego de miradas entre los valedores del separatismo, en nombre de la Cataluña como unidad de destino en lo universal, y el Gobierno de la Nación, en nombre de la ley y el principio de soberanía única e indivisible consagrada en la Constitución Española.
El minuto y resultado de la actualidad nos pone frente a las dos últimas novedades del pulso. Por un lado, la nueva operación policial contra la corrupción en el seno de CDC (Convergencia Democrática de Cataluña), el partido de Jordi Pujol que acaba de cambiar de nombre. Por otro, la inminente movilización popular de arropamiento a tres de sus dirigentes políticos (Artur Mas, Joanna Ortega e Irene Rigau), que serán juzgados en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña a partir del lunes por su actuación institucional (desobediencia y prevaricación) en el ilegal «referéndum» del 9 de noviembre de 2014.
La operación policial la ordenó un juez de El Vendrell, tras el trabajo indagatorio de la Fiscalía Anticorrupción. Un paso más en la dilatada investigación judicial por el caso del famoso 3% (donaciones privadas a CDC a cambio de contratos públicos). Y reverdece el argumento de que, en contra de la doctrina oficial de los partidarios de la desconexión, quien roba a Cataluña no es España sino los propios dirigentes nacionalistas.
En cuanto a las movilizaciones de apoyo a Mas, Ortega y Rigau, es evidente que la Generalitat quiere adelantar la Diada del 11-S al lunes 6 de febrero y, llegado el caso, usar su eventual éxito de critica y público para adelantar la convocatoria del «referéndum» sobre la independencia de Cataluña. Según ANC (una de las organizaciones civiles de apoyo al separatismo), ya hay no se cuantos miles de inscritos para la manifestación y no se cuantos cientos de autobuses estelados que concluirán en Barcelona procedentes de todos los rincones de Cataluña.
Y ahí estamos. En vísperas de todo o en vísperas de nada, respecto al opresivo asunto que agobia a los catalanes y, en general a todos los españoles, desde hace cinco años. Hace tiempo que desbordó los márgenes de la razón y ya se presenta como un problema de difícil manejo a causa de sus componentes virtuales. Es agotador un debate que obliga a hablar en condicional y se retroalimenta no con hechos sino con procesos de intención a la contraparte.
En esas circunstancias, la amenaza de los partidos nacionalistas catalanes, ahora en el Govern, ha devenido, absurdo, surrealista, cansino, agobiante, pesado, a veces dramático, a veces cómico, que cursa como el elemento desestabilizador del Estado y de la política nacional.

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