Antonio Casado – La Cuba que viene


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Donald Trump, que será el hombre más poderoso del mundo a partir del próximo 20 de enero, y Raúl Castro, presidente cubano con fecha de caducidad (2018), tienen la palabra sobre la Cuba que viene. Al menos, a corto y medio plazo. Pero no está muy claro como van a gestionar el horizonte configurado en las tres señales optimistas por ahora vigentes, mientras no se diga lo contrario.
La primera es el viaje del Papa Francisco en el otoño del año pasado que, entre otras cosas, trajo aires de libertad para los católicos cubanos y además la liberación de centenares de presos. La segunda fue el viaje del presidente norteamericano, Barack Obama, en la primavera del año que está a punto de terminar. Y la tercera, la desaparición física de Fidel Castro, el fundador del comunismo caribeño, calificado por el escritor Guillermo Cabrera Infante como «el fascismo de los pobres».
Otro escritor y político cubano, considerado de culto por el castrismo, José Martí (1853-1895), dejó escrito algo que formó parte de su pensamiento central como filósofo: «El hombre ama la libertad aunque no sepa que la ama y anda empujado de ella y huyendo donde no la halla». Sin embargo, el castrismo nunca se dio por enterado de que esas líneas parecían una justa denuncia del problema de los «balseros». Representan a los cubanos que quisieron escapar del régimen castrista, utilizando cualquier medio para salir de la isla, no solo la vía artesanal de la «balsa» en medio del Caribe.
Millones de cubanos huyeron de donde la libertad les fue negada. Librarse de la tutela norteamericana como país no les compensaba de la falta de libertad sufrida como individuos. No les servía de nada presumir de desafiar la hegemonía de Washington o atacar los cimientos de su política exterior. Ni saber que Fidel nunca se puso de rodillas para implorar el fin de las presiones políticas y económicas del vecino, visualizadas en la inútil, poco efectiva y contraproducente política de aislamiento.
Todo eso es verdad. Pero el precio lo pagaron millones de cubanos (algo más de 11 millones en la actualidad). La factura incluía el sacrificio de las libertades individuales. Y desde 1991, con el desmembramiento de la URSS, también las penurias de la población. Así lo único que pudo redistribuir el socialismo fue escasez y pobreza.
La muerte de Fidel nos invita a cruzar las intenciones políticas del futuro inquilino de la Casa Blanca con las de Raúl Castro. Hay conjeturas para todo los gustos respecto a cómo será el futuro de Cuba bajo esa luz. Especialmente por la parte de Donald Trump, que ha amenazado con frenar el deshielo si el Gobierno cubano no respeta los derechos humanos. Pero estamos hablando de un hombre de negocios que se encuentra ante un país pidiendo a gritos inversión extranjera. No estoy seguro de que vaya a desaprovechar la ocasión en nombre de una doctrina poco reconocible en la vida y milagros de semejante personaje.

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