No te va a gustar – Y ahora ¿qué les queda por hacer a los socialistas?


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Constato que la derecha avanza. En Estados Unidos, por supuesto; y qué derecha, madre mía. En Europa, donde reina y reinará, ahora que ha anunciado que vuelve a presentarse, la señora Merkel, también, aunque es una derecha mucho más aceptable, incluso para la izquierda moderada: mírese, si no, a la Francia de Fillón, el hombre que será muy probablemente el jefe del Estado de la nación vecina. Y en España ya ven lo que pasa: el mejor papel del socialismo ha sido pactar con el moderado Urkullu, y debería serlo también en Cataluña si Puigdemont fuese homologable al lehendakari vasco e Iceta equiparable a, por ejemplo, el asturiano Javier Fernández. Pero va a ser que no, y así, el tren del independentismo catalán sigue a toda velocidad hacia el abismo más irracional.
Hace tiempo que pienso que el papel del socialismo español, y del europeo, se sitúa en consolidar grandes coaliciones con la derecha moderada para impulsar reformas de calado y frenar eso que, me parece que con indefinición excesiva, ha dado en llamarse «populismos». A la señora Merkel, a quien nuestro Rajoy quiere asemejarse, no le ha ido nada mal con su alianza con la socialdemocracia alemana. Y el socialismo francés de Manuel Valls tendrá que firmar un pacto de amplio espectro con la derecha templada de Fillon para obstaculizar el ascenso loco de Le Pen. Como la socialista Idoia Mendía, que salió descalabrada de las urnas autonómicas vascas, ha visto potenciado su papel gracias al acuerdo que, un poco a espaldas de los dirigentes nacionales del PSOE, acaba de suscribir con el Partido Nacionalista Vasco. Lástima que algo semejante, ya digo, no pueda extenderse a otros territorios y, por qué no, a escala nacional.
Ocurre que Pedro Sánchez, que en mi opinión mantuvo una catastrófica trayectoria, tanto para su partido como para el conjunto de la nación, frenó en seco, aludiendo a los deseos no constatados de la militancia, cualquier posibilidad de pergeñar esa gran coalición; ahora sería el vicepresidente de un Gobierno reformista, porque socialistas y Ciudadanos habrían forzado las escasas ansias de cambios que muestra Rajoy, y los españoles nos habríamos ahorrado unas elecciones, casi un año de incertidumbres y muchos cabreos. Y el Partido Socialista se hubiese ahorrado unos cuantos descalabros, la presente situación de división y estancamiento y, por supuesto, mucha mala baba. Confío sinceramente en que los intentos de Sánchez por recuperar el poder, que solamente quiso utilizar para llegar a La Moncloa, den los frutos que esperamos: ninguno.
Ahora, la verdad, no sé hacia dónde camina el PSOE, de la mano de una gestora dirigida por un hombre cabal, como Fernández, pero inmovilizada por divisiones, fraccionamientos -como el del PSC- e incertidumbres de no saber si mirar hacia la derecha o pelear con una izquierda cada vez más poderosa -pese a sus debates internos- y respondona. Dudo mucho de que esta gestora que tendrá que ordenar, quiéralo o no, que sus parlamentarios no boicoteen los Presupuestos de Rajoy, llegue hasta el extremo de retomar esa idea de la gran coalición, que sería un eficaz freno para Podemos, y no una manera de potenciar a la formación morada, como creen, equivocadamente a mi juicio, los estrategas socialistas.
Al PSOE, como a los socialdemócratas alemanes, como a los franceses, no le queda otro remedio que aparcar los viejos conceptos de lucha «contra la derecha» clásica, porque la derecha que viene, lo mismo que la izquierda que viene, son mucho peores, más peligrosas para la estabilidad de un sistema que aún tiene que dar mucho juego… si es que aprende a convivir con los nuevos tiempos, en los que los ciudadanos reclaman que se les haga más caso, una mayor justicia social y una mayor atención a sus necesidades de todo orden. ¿Que son sesentones (Merkel, Fillon, Rajoy) quienes, en la derecha, tienen que producir esos cambios? No me parece importante: al fin y al cabo, el PSOE, superada su «cura de juventud a lo Sánchez», también vuelve sus ojos a veteranos como el propio Fernández o como Ramón Jáuregui. No creo que sea una cuestión generacional, sino de generosidad, de apertura de miras y de aceptar la parte mejor -olvidando lo peor– de las ideas nuevas que proclaman quienes vienen empujando.
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