Siete días trepidantes – ¿Quién sucederá a Rajoy?.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

En estos días trepidantes nadie da puntada sin hilo. Ahora, a la vista de cómo se plantean los debates televisivos, no falta quien se pregunte si el presidente y aspirante a lo mismo está ya maquinando su sucesión. Y, claro, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría está siendo muy citada, con causa o quizá sin ella, en los inquietos cenáculos y mentideros madrileños.
Rajoy tiene la fortuna de poder potenciar, en «cumbres» europeas y del clima, su imagen internacional, aunque tampoco desdeña hacerse «selfies» en plazas españolas, desde luego: quiere ganar las elecciones aunque sea dejando de ser el hombre retraído y algo adusto que siempre ha sido. Y todo vale: desde jugar al ping pong con un afamado presentador de información-espectáculo hasta dar una simpática colleja a su chaval –que, con su espontaneidad, se ha convertido en una especie de hijo para todos los españoles–, mientras comentaba la actualidad deportiva en una radio.
Y, según todos los indicios demoscópicos, este Mariano Rajoy acierta cuando rectifica sobre su vieja política de puertas y labios cerrados. Ganará, cree la mayoría, las elecciones, aunque puede que a costa de tener que ceder el puesto en Moncloa a su «número dos» en el Gobierno, dicen esos centros de rumorología y especulación que tanto proliferan por la bulliciosa Villa y Corte, entregada con pasión al espectáculo televisivo-político.
Hay una sobreexposición mediática de los candidatos, que lo mismo van –bueno, solo los emergentes– a un muy concurrido y comentado debate en la Universidad, que otorgan sus favores a Bertin Osborne, o a María Teresa Campos, o al Gran Wyoming, que se han convertido, junto a otras estrellas mediáticas, como Carlos Herrera o Ana Pastor, por poner algunos ejemplos, en los verdaderos ejes de una campaña que no va a ser, que no está siendo, como ninguna de las conocidas.
Así, los mítines están celebrándose cada día más cerca de la gente y más lejos de los atriles, lo que ya es un avance. O tome usted los debates televisados, que, a este paso, prometen ser más vistos que «sálvame» o hasta que algún partido de futbol estelar. No comprendo por qué Rajoy, que parte con ventaja y con ventajas, ha renunciado a participar en encuentros «a cuatro» con Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias: ganaría, precisamente porque los otros tres le atacarían principalmente a él.
Pero ha preferido dejar este honor (y este riesgo) para su eficaz vicepresidenta, abriendo el portillo a toda suerte de hipótesis y especulaciones. A él, que le den los viejos y encorsetados debates a dos, donde todo está pactado…
Rajoy quiere ganar, pero a saber si quiere también permanecer. O si ya se siente un icono: se le vió disfrutando como nunca ejerciendo de comentarista deportivo y de padre amable. ¿Hollande y la guerra en Siria? ¿Artur Mas y sus delirios? ¿Derrumbe de Abengoa? Esos son líos, en terminología del presidente; la opinión pública recordará mucho más al Rajoy de chanza con Manolo Lama que al estadista que sorteó la intervención económica del país o que mantuvo la ambigüedad cuando una parte de Europa se fue a la guerra en tierras lejanas. ¿Estamos acercándonos, precisamente cuando nos hallamos ante el mejor Rajoy, a la sucesión de Rajoy?

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