Francisco Muro de Iscar – Víctimas y verdugos.


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

La intolerancia contra los diferentes crece de forma muy peligrosa en Europa. En Cuenca, una joven política de 18 años sufre una paliza, mientras sus agresores la llaman «fascista». En Alemania se han producido más de doscientos ataques a inmigrantes en las últimas semanas y se ha vuelto a escuchar el «Heil Hitler» en sus ciudades. Angela Merkel ha sido abucheada en su visita a un centro para refugiados que había sido previamente atacado por neonazis. En Suecia se dispara la popularidad de la derecha xenófoba, en Hungría se levantan vallas kilométricas para evitar el paso de los inmigrantes y en Italia, algunos políticos hacen llamadas xenófobas directas. Mucho van a tener que trabajar los gobiernos europeos y la propia Unión Europea si no quieren que la amenaza se convierta en algo peor.
Las acciones de los terroristas islámicos, los que han hecho buenos a Osama Bin Laden y a Al Qaeda, su captación de combatientes en suelo europeo o africano y su disposición a cometer atentados indiscriminados, ayudan a que algunos puedan crear ese clima que sólo puede conducir a alguna tragedia. Pero todos deberíamos saber que no hay combatientes de ningún Estado islámico, porque no hay ningún Estado Islámico, como nunca hubo luchadores por la libertad en las filas de ETA. Unos y otros eran y son terroristas, verdugos de víctimas inocentes.
Los que sufren ahora los ataques de algunos europeos han sido antes víctimas de terroristas como los del DAES que han secuestrado a miles y miles de personas libres y las han convertido en esclavos. Cuando tratan de huir de ellos y buscar asilo en Europa inician un camino que en muchas ocasiones no sólo les lleva a jugarse la vida sino a otra forma de esclavitud,. Como denuncia el obispo de Bangassou (Centroáfrica), Juan José Aguirre, «para subirse a una patera muchas africanas han debido ser antes esclavas sexuales de los traficantes», pero «vivir en la calle en Europa será siempre mejor que esperar la apisonara asesina del DAES o el ISIS».
Aguirre cuenta la historia de Olive, una mujer protestante de 20 años que perdió su libertad, su salud física y mental, su honor y su familia, el día en que la secuestró la «Armada de Resistencia del Señor» del miserable Joseph Kony, uno de los muchos señores de la guerra en Africa. Esclava de un comandante que la ultrajó, la violó, la prestó como puta gratis a sus compañeros de tropa, la torturó echándola gotitas de fuego de una bolsa de plástico que hacía arder sobre ella, después de violarla, cada vez que le apetecía. Tres años de horror hasta que tras una escaramuza pudo escaparse. No tiene medios. Vive con medio euro al día.
Todos deberíamos saber quiénes son las verdaderas víctimas y quiénes los verdugos y a quiénes no podemos dejar de acoger, sobre todo sabiendo que decenas de millares de ellos están huyendo de algo peor que una muerte segura. «No vaya a ser, como dice Juan José Aguirre», que el mayor asesino en serie hoy en día no sea la pobreza sino la indiferencia». Y el odio.

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