Fernando Jáuregui – Guapos y guapas


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

Un aspecto poco destacado de las elecciones de este domingo es que han supuesto una importante renovación del personal que quiere dedicarse a la política en este país nuestro. Cierto es que quedan «veteranos» que, como Rita Barberá, la alcaldesa valenciana, o ciertos presidentes autonómicos, pretenden seguir en el sillón, muy legítimamente por cierto, e incluso muy convenientemente en algunos casos. Pero no menos verdad es que el panorama se nos ha llenado de caras nuevas, de las que en ocasiones lo ignoramos casi todo porque carecen de curriculum político.
Llevo semanas recorriendo buena parte de España, siguiendo profesionalmente aspectos relacionados con la campaña electoral. Compruebo hasta qué punto ha cambiado el perfil del candidato/a medio/a: ahora, el político/a es guapo/a, más cercano/a, menos faltón con el adversario -e incluso con los medios de comunicación–, ellos tienen alergia a las corbatas -excepto una formación que, según y dónde, viste a sus gentes de agentes comerciales, traje oscuro, como ocurre en los folletos que han editado en el pueblo en el que vivo–, ellas adicción a los jeans. Presumen de modernos/as, suelen tener una carrera universitaria (sin demasiados desarrollos ni masters posteriores) y son, claro que sí, gente limpia, sin un pasado del que avergonzarse. Y, desde luego, joven: mayores de treinta y tantos, abstenerse. Hay como una alergia generalizada en los «estados mayores» de los partidos (excepto el PP) a cualquiera que se pueda encuadrar entre los cuarentones o no digamos ya cincuentones o, horrrror, sesentones.
Reconozcamos que esas son, así, las nuevas hornadas que se han aproximado a la política a raíz de estas elecciones, animadas por la renovación en el PSOE propiciada por Pedro Sánchez y en la IU de Alberto Garzón y por la irrupción de dos nuevas fuerzas que, como Podemos y Ciudadanos, han echado mano de gente nueva, un poco como han podido y de donde han podido, cierto es. Y, así, hemos sabido que Albert Rivera, líder indiscutible y probablemente único de Ciudadanos, ha ordenado la expulsión de más de medio centenar de «recién llegados» a sus filas que no reunían las condiciones de probidad. Ha hecho bien y es lógico: han tenido que llenar candidaturas a marchas forzadas y en más de un caso los puestos de «no salida» los han ocupado incluso personas residentes en centros de tercera edad que no tenían ni idea de que se habían convertido en candidatos.
Se comprueba una vez más el acierto prudente de Podemos al anunciar que no se presentaría con sus siglas a estas elecciones, en las que se precisan no menos de veinte mil nombres para completar las candidaturas más importantes; así, la formación de Pablo Iglesias concurre agazapada dentro de plataformas más plurales, ecologistas, antidesahucio, incluso con IU en según qué caso… Puede que resulte más difícil reconocerles, pero, al menos, se han salvado de la «quema» que ha aquejado a la organización de Albert Rivera, de la que se dice que tiene veinte dos mil militantes… de los cuales veinte mil son candidatos. Era, admitámoslo, admítalo él, perfectamente previsible. Difícilmente evitable si se quería, en seis meses, cubrir todo el territorio nacional; de las pocas cosas que he ido aprendiendo a golpes es que en la vida todo exige sus tiempos, y no se hace ni una empresa, ni un buen libro, ni un periódico, ni un partido político en menos de un año, por mucho que se quiera correr.
Y luego, claro está, nos encontramos con los candidatos «atípicos», quizá los más estimulantes, los que nada tienen que ver con los planes de «belleza y juventud en siete días» al uso: la jueza Manuela Carmena, la líder de Ganemos Ada Colau, el ex ministro Angel Gabilondo o, por supuesto, esa Esperanza Aguirre que está consiguiendo, con sus piruetas, acaparar más titulares que nadie, aunque, eso sí, con muy pocas ideas verdaderamente nuevas.
Ah, casi lo olvidaba: en realidad, ideas nuevas, lo que se dice nuevas, independencia frente a sus propios partidos, vuelo de altura, es lo que menos he encontrado en mi peregrinaje preelectoral por este país nuestro en el que cambian las caras y las cabezas, pero poco los cerebros, aparecen bastantes nuevas siglas, pero muy pocos programas coherentes, imaginativos, en el que se dan numerosas ocurrencias -mira que ponerse ahora a exigir el fin del concierto y el cupo vasco y navaro… como si no tuviésemos ya bastantes problemas–, pero casi ningún hallazgo. Y con este bagaje, atractivo por fuera y grisáceo por dentro, caminemos decididos hacia la urna del domingo. ¿A quién votar, Dios mío, con lo guapos/as que son ahora todos/as? Pero si esto parece la Pasarela Cibeles, en lugar de una campaña electoral…

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