Francisco Muro de Iscar – Tratado de las pasiones


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

Decía Ortega que «un pueblo joven es eso: un pueblo en el cual todavía las pasiones de los hombres funcionan a toda máquina con plenos y recién hechos resortes» y recordaba también que los grandes clásicos del pensamiento europeo -Descartes, Spinoza- escribieron tratados sobre las pasiones de los hombres. El mundo se ha movido siempre por las pasiones de sus dirigentes. La pasión por el poder es siempre la primera y casi siempre, también, va ligada a la pasión por el dinero. La religión o el sexo, son también pasiones frecuentes que se relacionan directamente con el poder y con el dinero. Ha habido quien ha querido extender sus territorios, y su poder, por todo el mundo mediante conquistas militares, invasiones o pactos, y otros lo han intentado -hoy más que nunca- a través del dinero. El dinero da poder y el poder atrae el dinero. Y cuando muchos alcanzan uno u otro es difícil que no aspiren a perpetuar esa posición a costa de lo que sea. Incluso de la perversión de sus ideales.
Las pasiones son consustanciales al hombre y no son malas. Decía Rousseau que «todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas y todas malas cuando nos esclavizan». La política no se concibe sin pasiones y la transición española a la democracia no es sino la historia de una pasión compartida, al margen de ideologías y de intereses partidistas, por encontrar una salida a la normalidad. En cierta medida era una de esas pasiones del pueblo joven de las que hablaba Ortega. Después de unos años de lucha dura, de rivalidades rabiosas, de alternancia en el poder, de superar problemas que tocaban a la propia esencia de la democracia, cuando parecía que éste se consolidaba, la corrupción ha estallado en todas las esferas de la vida pública y en todos los partidos y vuelve a poner en riesgo la propia esencia del Estado de Derecho.
La desconfianza social hacia los partidos clásicos es de tal nivel que exige medidas quirúrgicas que, posiblemente, lleguen tarde. No basta con que un Gobierno favorezca que el peso de la ley caiga sobre algunos de los más relevantes de los suyos. Ni que otros Gobiernos echen balones fuera sin aceptar responsabilidades políticas por fraudes demostrados. No basta con que los medios de comunicación, con todos sus problemas de supervivencia o ideológicos, sigan sacando a la luz escándalo tras escándalo. Ni que la Justicia, tan razonadamente denostada, siga funcionando y sentando en el banquillo a los corruptos.
No basta. Hay que ser contundentes y apartar toda sospecha. La cosmética no sirve. Los que no lo hagan de forma transparente corren el riesgo de hundirse para siempre. La regeneración obliga a todos, a los de arriba y a los de abajo. Este país necesita recuperar otra vez la pasión por la política al servicio de los ciudadanos.

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