Más que palabras – Maltratadas.


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

«El insulto te sorprende la primera vez que tu pareja te lo dirige, por inesperado, por violento. Luego se incorpora, se infiltra poco a poco entre los calificativos que te llegarán a los oídos todos los días y termina pareciéndote inseparable de tu propio nombre. «Eres una mierda, eres una hija de puta, no sirves para nada». Tú tienen la certeza de que quien se está dejando la piel para sacar esa casa delante eres tú y, sin embargo, sientes en un momento u otro que la duda se abre paso en tu interior, acompañada de un sentimiento de culpa. Y te planteas la pregunta nefasta: ¿será verdad lo que dice?. Ahí radica, más que en la bofetada o el empujón, el efecto demoledor del maltrato. Una voz interior que, en los momentos en que aún surgen destellos de valor que te llamará rebelarte y escapar, empuja a la sumisión como forma de expiación y una culpa que en realidad no has cometido. Yo la vi el día que imaginé la separación como única vía posible de escape y me dijo que a lo mejor era yo la responsable de nuestra mala relación, que a lo mejor, yo no había hecho lo suficiente o no era lo suficientemente lista o buena o que, a lo mejor, yo no me esforzaba todo lo necesario para arreglar las cosas.
«Aún hoy cuando esos años se han convertido para mí en un mal sueño, escucho esa voz cuando mi hija me dice que nunca me van a poder perdonar que le haya dado un padre así. Me dice eso, desde el rencor de siete inocentes años, y yo me siento culpable, pienso ¡tienes toda la razón! y no puedo hacer nada para conjurar ese sentimiento.
Las primeras veces que me insultaba, que me gritaba yo tenía fuerza interior para rebelarme, para plantarle cara. Me decía que yo era una mierda y le respondía, me enfrentaba a él. Hasta que asumí, que el mío era un combate desigual porque el mide 1,88 y pesa casi 100 kilos y para aniquilarme le bastaba con mantenerme a distancia con una mano y golpearme con la otra. Entonces fui consciente de que podría morir y me resigné, o me engañe pensando que lo quería y que esos arrebatos de violencia no eran excusas suficientemente poderosa para tirar por la borda nuestra relación. Y me quede a su lado un día +1 mes +1 año más y así hasta 12.
«Un día cuando sólo llevamos conviviendo dos semanas discutimos durante la comida por algo que no recuerdo. Javier fuera de sí me dijo que era una hija de puta, cogió el plato con natillas que tenía delante y me lo lanzó a la cabeza. Tuvimos que ir al servicio de urgencias del Piramidón y aún conservo en la frente la señal de los puntos. No he vuelto preparar natillas en mi vida ni tampoco a comerlas».
Nadie -ni mi familia ni mis amigas- sabían lo que estaba ocurriendo. Resulta difícil, muy difícil superar la vergüenza por que todos te tienen por una mujer fuerte, con carácter, y que descubran que puertas adentro de tu casa te conviertes en una mujer insultada, humillada, golpeada. Siempre que ha sido necesario he plantado cara sin miedo a las dificultades de la vida, he trabajado como una fiera para sacar adelante a mi hija, me he enfrentado con cualquiera, me he comido el mundo, pero él … El me asusta, me corta la respiración, me paraliza de terror. Es la única persona en el mundo que me aterroriza de esta forma. Aún hoy, pasados los años, habla y eso es suficiente para hacerme temblar.
Cuando le dije a Javier, por primera vez que me quería separar él intento suicidarse. Había llegado a casa a la una de la madrugada y me despertó para hablar conmigo. Estuvimos conversando toda la noche y a las 8:00 de la mañana, mientras yo me estaba duchando, se tomó toda las pastillas de una caja de Nolotil. Me dijo que se había tomado las pastillas por mi culpa, pero sus palabras no consiguieron hacerme daño en aquella ocasión. En esta época yo ya me sentía más fuerte anímicamente y me iba liberando, poco a poco, del sentimiento de culpa que me había inculcado. Durante un tiempo seguimos viviendo juntos. Doce años de convivencia con él, 12 años de miedo de amenazas y de golpes, me habían abocado comprender ¡por fin! que no podíamos seguir así. El seguí insultándome, amenazándome, pegándome continuamente y yo sabía que nada iba a cambiar. Un día intentó pegar a nuestra hija y yo al interponerme entre ellos resulté herida. Ese en ese preciso momento decidí que había llegado la hora de poner punto final a mi terrorífica historia». Después de mi separación los hombres me dieron asco durante algún tiempo, hasta que comprendí que mi única aversión real era hacia Javier. Ahora tengo una relación con un amigo de toda la vida que me respeta, me quiere y todo va muy bien. En este complicado puzzle de la vida toda las piezas acaban por encontrar el lugar que le corresponde».
Esta es la historia de Paloma Serrano, una mujer de 37 años, que viene recogida en el libro «Maltratadas» que la periodista Maite Suñer publicó en el año 2002. Han pasado 12 años y la historia se sigue repitiendo una y otra vez. En lo que va de año han muerto 52 mujeres por violencia machista y muchas miles son víctimas junto a sus hijos de malos tratos, lo cual debería abochornar a una sociedad avanzada como la nuestra. ¡Es responsabilidad de todos señalar con el dedo a los culpables!. ¡Nunca más!.

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