Esther Esteban – Duquesa y Tonadillera, a su pesar.


La amiga de un amigo mío nos envió el viernes, cuando estábamos en un programa de televisión, un mensaje en el que decía. «Que curioso, hoy son noticia una Duquesa que quería ser folklórica y una folklórica que quería ser Duquesa». El chascarrillo sirvió para hacer unas risas, pero la ironía tenía su punto de certeza. No ha sido casual que la tonadillera ingresara en prisión de Alcalá de Guadaira a las ocho de la mañana el mismo día que toda Sevilla se volcaba en dar su último adiós a la Duquesa de Alba en la certeza de que esta eclipsaría su mal fario …. Son dos mujeres muy distintas pero ambas tienen en común que ninguna quería ser lo que era.
¿Qué decir de la Duquesa de la que se han escrito ríos de tinta?. !Claro que hizo lo que le dio la gana¡, porque cuando alguien nace en una familia como la suya, con su futuro y el de varias generaciones más que garantizado, es mucho más fácil ponerse el mundo por montera que cuando el futuro es incierto, se tienen que sortear todo tipo de dificultades y se pasan los lunes al sol.. Se ha dicho que era rebelde, apasionada, libre, valiente, amiga de frecuentar a toreros y artistas como si eso fuera un mérito sobrenatural en alguien que jamás ha sabido lo que es ganarse el pan con el sudor de la frente. No la conocí pero lamento su muerte como la de cualquier otro ser humano ni más ni menos. Mis referencia sobre Cayetana de Alba son por los libros de historia y por el papel couché que estos días se ha puesto de luto riguroso. Parafraseando a Alfredo Pérez Rubalcaba ¡qué bien se entierra en España!. Es verdad, como se ha dicho, que con su fallecimiento no sólo desaparece una de las protagonistas principales de la crónica social, sino que se cierra una página en la historia de la nobleza española y europea. Sus 46 títulos nobiliarios con 14 grandeza de España hicieron de ella una aristócrata con pedigree que rompió moldes, porque se fumó puro con cualquier tipo de convencionalismo. Dicen que la Duquesa de Alba pidió que escribiera sobre su tumba: «aquí yace Cayetana, que vivió como sintió» y sintió, según relatan quienes la conocieron como una mujer apasionada que se casó tres veces, tuvo seis hijos, que se codeaba con reyes pero prefería las juergas con los gitanos. Cuenta Raúl del Pozo, que la conoció bien, que una vez le dijo «la otra Cayetana se lió con Goya, no con palmeros» y ella le contestó «es que ahora no hay genios». Bueno, es una forma de ver las cosas y dulcificarlas, tal vez porque los genios contemporáneos no vieron en ella la inspiración. Sea como fuere esta Duquesa quería ser y aparentaba ser una plebeya, pero no lo era y lo sabía, aunque se lo podía permitir, precisamente, porque desde la cuna estaba predestinada para hacer lo que viniera en gana y ser tan heterodoxa e irreverente como le conviniese. El dinero y la posición social obró en ella el milagro de que se permitiera todo y lo que para algunos podía ser, simplemente, extravagancias de ricos, en ella se calificaba como sencillez y cercanía al pueblo llano y soberano; ¡así es España¡.
Quien también pensó que podía hacer lo que le viniera en gana es la tonadillera que, en su afán por vivir como una Duquesa, ha dado con sus huesos en la cárcel. Ella tampoco tuvo suficiente con su copla, sus conciertos millonarios, su público y su título de viuda de España. Isabel Pantoja ha intentado hacer de todo para evitar lo inevitable, presentándose como cabeza de turco en el apestoso lodazal de la corrupción política, pero no ha colado. Atrás quedaron sus momentos de «dientes, dientes» mientras blanqueaba el dinero que su hombre, Julián Muñoz, nos robaba a todos. Ella también ha querido vivir como le ha dado la gana y podía haberlo hecho con su millonarios conciertos pero prefirió el atajo más fácil y rápido, aunque la condición fuera hacer de tapadera de quienes metían la mano en la caja de todos. Dos años en prisión y 1.147.148 euros de multa. Ese es el precio de su indignidad de querer ser lo que no es ni podrá ser nunca: Duquesa.

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