Cayetano González – Escocia y Cataluña


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

No me quiero referir en este artículo a las similitudes o diferencias -muchas más estas que aquellas- que existen entre el proceso secesionista seguido en un sitio y en otro. El resultado del referéndum celebrado en Escocia el pasado jueves contrario a la independencia de Gran Bretaña es un mal menor. Peor hubiese sido, para el futuro de la Unión Europea y para el de los propios escoceses, que hubiese ganado el sí. Pero el mal ya está hecho: me refiero al mal de la división, de la fractura social, porque este tipo de procesos separatistas se sabe cómo empiezan pero nunca como acaban.
Esta es la similitud mayor que veo con el «proceso» impulsado en Cataluña por Mas, CIU y ERC. Esta semana, el Presidente de la Generalitat ha anunciado que firmará el decreto de convocatoria del referéndum para el 9 de noviembre. Inmediatamente el Gobierno de la Nación lo recurrirá al Tribunal Constitucional y este, con la sola admisión a trámite del recurso del ejecutivo de Rajoy, paralizará y suspenderá la celebración de dicho referéndum. En esa tesitura, Mas sólo tiene dos caminos: el de la desobediencia civil, manteniendo contra viento y marea el referéndum ilegal, o el de convocar anticipadamente unas elecciones autonómicas a las que intentaría dar un carácter plebiscitario, intentando incluso -ERC no querrá, dadas las magníficas expectativas de voto que le atribuyen todas las encuestas- presentar una candidatura unitaria de todos los partidos favorables a la independencia.
Haga lo que haga Mas, el germen de la división y de la fractura ya está sembrado en Cataluña. Los nacionalistas, como siempre, echarán la culpa a «Madrid» a la que responsabilizarán -lo vienen haciendo sistemáticamente desde la transición política- de todos sus males. Pero pasados casi cuarenta años de esa transición política, ya hay cosas, si se me permite la expresión coloquial, que no cuelan. Los nacionalistas catalanes, también los vascos, han sido profundamente desleales con las reglas de juego de nuestra democracia que no son otras que la Constitución aprobada en 1978 y los Estatutos de Autonomía. Los nacionalistas siempre han estado incómodos en España, y su objetivo final ha sido la ruptura. El problema es que ni todos los catalanes ni todos los vascos quieren la independencia.
Ante ese dilema, los nacionalistas responden: pues que nos dejen votar, para saber lo que quieren los ciudadanos de Cataluña y de Euskadi. Argumento falaz donde los haya, porque: primero, un Estado serio no se puede estar replanteando continuamente su propia esencia y existencia y en segundo lugar, los vascos y catalanes han votado, al igual que el resto de los españoles, no menos de treinta y cinco veces desde 1978. ¿No es eso también una forma de ejercer el «derecho a decidir» que tanto reclaman?

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