El Hombre de Acero

Desde nuestra óptica, hay algo en los rusos que se nos escapa. No se si se han fijado, pero en la Plaza Roja, detrás del mausoleo donde yace la momia de Lenin, sigue el busto de Stalin.

Y al otro lado del Kremlin, en el lateral donde dos soldados hieráticos montan guardia junto al fuego perpetuo que honra a los caídos en combate, están escritos sobre bloques de mármol los nombres de las ciudades mártires: Kiev, Sebastopol, Stalingrado, Leningrado…

Aquí, con el respaldo unánime de los partidos políticos y arreglando la historia a posteriori, hubieran erradicado el rostro del gran tirano comunista y arrancado a martillazos las letras doradas para poner encima Volgogrado y San Petersburgo, que es como se llaman ahora las heroicas Stalingrado y Leningrado.

Les cuento esto, para poner en contexto la aprobación por el Parlamento ucraniano de una ley que concede el autogobierno a las zonas bajo control de los rebeldes prorrusos en el este del país.

El asunto es una victoria más de Vladimir Putin. No se si han caído en la cuenta que nadie habla ya de Crimea, cuando hace seis meses en las capitales occidentales todo eran alaridos y desde Obama a Cameron, pasando por Merkel aseguraban rotundos que el mundo jamás permitiría la anexión de la estratégica península a Rusia.

Pues lo de Crimea es ya un ‘fait accompli´ y no contento con ello, Putin ha ido mucho más lejos y en su arriesgada apuesta, crece en popularidad mientras Rusia se cohesiona detrás de él.

Crimea, uno de los escenarios glorioso de la historia rusa, era una tentación irresistible para el Hombre de Acero, que fiel a su pasado en la KGB y a su condición de ex agente secreto, ha jugado después en Ucrania al ratón y el gato con Occidente.

Para quitarse el sombrero.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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