Fernando Jáuregui – Pedro Sánchez tendrá que poner en práctica, ya este lunes, su discurso reformista.


MADRID, 27 (OTR/PRESS)

«La paz y la defensa de los débiles son nuestra razón de ser». Así comenzó Pedro Sánchez este domingo su discurso de clausura del congreso extraordinario del PSOE, un congreso que no solo ha supuesto un nuevo secretario general y una nueva dirección para el partido, sino acaso el comienzo de una renovación de la izquierda española, sometida hoy a no pocos zarandeos. Un discurso muy orientado precisamente a la izquierda, como el de este domingo, marca el rumbo que Sánchez quiere dar al PSOE, según dicen gentes de su nuevo equipo: salir al encuentro de los «indignados», de «quienes nos abandonaron y eligieron otras opciones» (por supuesto, no citó a «Podemos») será una prioridad en la actuación de este «PSOE»2014».
Se iniciaba así, con la clausura de este congreso a los sones de «La Internacional», una semana, esta semana, que debe ser pródiga en acontecimientos políticos, comenzando por el encuentro este lunes de Sánchez con Mariano Rajoy y terminando con la «cumbre» entre Rajoy y el presidente de la Generalitat, Artur Mas. Semana difícil, en la que ni el presidente del Gobierno, ni el ahora líder de la oposición, ni tampoco el president de la Generalitat, que, entre escándalos interiores y bofetones exteriores, acude algo debilitado a su cita del miércoles en La Moncloa, se pueden permitir llegar con las manos vacías al viernes. Ese viernes en el que el presidente del Gobierno mantendrá una de sus raras ruedas de prensa «sin límites» con los informadores, dando cuenta prolija, se espera -se espera–, de lo tratado y lo no tratado con sus importantes interlocutores.
Precisamente sobre su encuentro con Rajoy, Sánchez anunció que va a decir «no» a la propuesta de reforma electoral del presidente. «Si Rajoy quiere regenerar la vida política, lo tiene sencillo: que coja una escoba y empiece a limpiar su casa». «Hoy es un mal día para la derecha española, para los tramposos que se envuelven en la bandera de España y se llevan su dinero a paraísos fiscales, un mal día para los que quieren un PSOE débil», enfatizó, ya casi al final, y fue el delirio en un auditorio que se venía abajo con los aplausos.
Sánchez desgranó un rosario de buenas intenciones reformistas, aunque sin concretar demasiado aún cómo piensa afrontar los propósitos enunciados. Aseguró Sánchez que va a reivindicar todos los pasos de sus antecesores, González y Zapatero, pero «tenemos que ganar el futuro, modernizar la izquierda y modernizar una España que está en la encrucijada, que corre el riesgo de quedarse en el vagón de cola de la modernización». El nuevo secretario general, que cosechó más del ochenta y seis por ciento de los votos de los delegados, pidió iniciar «de una vez por todas» la transición económica. Recuperar la capacidad económica de la clase media y trabajadora, acabar con los paraísos fiscales, luchar contra el fraude fiscal, terminar con las deficiencias en sanidad, con los aforamientos, limitar los mandatos a dos legislaturas, son cuestiones que forman parte de su línea de actuación. Y, claro, reformar la Constitución en un sentido federal. «Voy a exigir al presidente que acuda al congreso para garantizar que no se vuelva a malvender ningún banco público» y también «voy a derogar la reforma laboral», o «voy a derogar los acuerdos con la Santa Sede», fueron algunos de sus muchos anuncios en un programa «reformista y progresista», como fue definido por muchos asistentes.
No quiso callar ningún tema: pero no aceptó las críticas que ha recibido, por ejemplo, por no votar a Jean Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea: «no ha sido ningún error, ha sido coherencia», insistió, enfatizando lo que tantas veces ha repetido: que «no va a haber grandes coaliciones, ni en Madrid ni en Bruselas». Qué duda cabe: este congreso extraordinario ha sido diferente a los congresos que los veteranos conocíamos. «Por aquí ha pasado un tsunami», me comentaba un colega que también acumula trienios cubriendo informativamente este tipo de actos. «No conozco a casi nadie de la nueva ejecutiva; ni de nombre, ni de cara», confesaba otro de los muchos periodistas que pululaban por el inmenso hotel donde se celebraba el tumultuoso congreso. Y es cierto: el tsunami ha acabado con muchos rostros conocidos, «los de siempre» y ha hecho aflorar un partido nuevo, el partido que va a estar dirigido por alguien que, como Pedro Sánchez, era casi un desconocido -salvando su participación en algunas tertulias televisivas-hace apenas siete meses.
Es lo primero que se percibía cuando paseabas por los enormes pasillos abarrotados de delegados e invitados: la edad media se ha rejuvenecido. Lo segundo que choca es la ausencia en esos pasillos de tantos veteranos que han protagonizado la historia de los últimos cuarenta años: ni Yáñez, ni Guerra, ni otros que estaban en aquella famosa «foto de la paella», aquel grupo de militantes sevillanos que se harían, gracias a un «pacto del Betis» con vascos y madrileños, con el control del PSOE en el congreso de Suresnes, octubre de 1974, casi cuarenta años ya. Ni están Nicolás Redondo, ni Pablo Castellanos -que pronto abandonó el partido–, ni Enrique Múgica, ni José María Benegas -a quien desde aquí deseo una pronta recuperación–, ni Eduardo Martín Toval, ni Carlos Solchaga, ni, por supuesto, Narcís Serra Todo eso pertenece ya al pasado y ni está en «este» PSOE de 2014, ni se le espera.
Y si estaba Felipe González era ya casi como un icono. A Felipe los militantes le respetan, independientemente de cuál fuese su última deriva política y cuál esté siendo su actual deriva económica. Pero la verdad es que en el PSOE de Susana Díaz, de Pedro Sánchez, de César Lueno, etcétera, Felipe pinta muy poco; ha quedado para los libros de Historia, con mayúscula, y para los de historia, con minúscula. Ocupó veintidós años de la trayectoria del partido que fundó Pablo Iglesias, ascendió a lo más alto y ya está.
Los congresistas e invitados son gentes con una composición sociológica de perfil profesional, clases medias muy lejanas al perfil obrero que fundó el partido. Ignoro cuál es la edad media de los congresistas, pero no debe andar muy por encima de los cuarenta años; más o menos, como la ejecutiva. Todos quieren hacerse «selfies» con «Pedrou», que es como le aclaman las «jóvenas» y no tan «jóvenas», que se lanzan a sus brazos, le achuchan y complican su trayecto por los pasillos. Y claro que hay descontentos: más Madina, que ha quedado como un referente malhumorado antes que como el embrión de una «oposición interna», que el otro candidato, Pérez Tapias, que no ha perdido, lo he constatado, el buen humor en ningún momento. Tampoco lo ha perdido el presidente asturiano, Javier Fernández, que se ha quedado algo en la reserva, cuando debería haber ocupado puestos muy destacados en este partido refundado. Del otro gran «descolgado», el extremeño Guillermo Fernández Vara, nada se supo.
Ahora falta, claro, saber qué ofrecerá el PSOE de rostros renovados. ¿Ideas también renovadas? Para saberlo no basta con los discursos más o menos brillantes -y el de Sánchez lo fue– en la clausura de un congreso aplaudidor. Este lunes, cuando el flamante secretario general Pedro Sánchez se entreviste con Mariano Rajoy, tendremos una primera muestra de si el líder socialista -y, ahora, de la oposición_se muestra algo más pragmático que cuando ordenó a los suyos no votar a Juncker en Bruselas -el mismísimo comisario Joaquín Almunia ha criticado esta medida, a quien ha querido escucharle, en los pasillos del congreso–, o cuando aseguró, tajante, que no pactará con la derecha. O que la regeneración pasa necesariamente por la «jubilación» de ese Rajoy con quien está, que lo sepa desde ahora, condenado a entenderse. Al menos, en lo tocante a las reformas necesarias para solucionar el «problema catalán». Menuda semana nos espera.

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