Carlos Carnicero – Crisis sistémica, monarquía y república


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Esta semana se entroniza, proclama o nombra un nuevo rey de España, primero después de la instauración de la monarquía en la Constitución de 1978. El Rey ha renunciado o abdicado pretendiendo una tradición monárquica que no tiene vigencia legislativa y que ellos quieren unir a la abdicación de Don Juan de Borbón, que nunca fue rey legal ni legítimo de España, porque su pretendido ascensión al trono se hizo después de la existencia de una legalidad republicana y de que el dictador Franco se proclamase jefe del estado después de un golpe militar y una cruenta guerra civil. Estos son los parámetro de la historia.

La situación de deterioro del conjunto de las instituciones de nuestro sistema democrático, probablemente empujó al Rey a renunciar a su puesto de jefe del estado por pensar que era la mejor forma de defender la institución.

No merece mucho la pena perder tiempo en el análisis de la institución monárquica. No resiste ninguna prueba del algodón democrática una forma de estado que se transmite por la sangre y el ADN. Sobrevive en España y en otros países democráticos porque mediante mecanismos sucesivos de pérdida de poder adquirió un carácter esencialmente litúrgico, ajeno de poder real. Y porque hay tradiciones que pesan en el subconsciente y en las culturas populares. Y aquí alcanza legitimidad y legalidad solo por el voto de Las Cortes.

A las monarquías, que carecen de esencia democrática en sí mismas, hay que llenarlas de oropel y liturgia para que su escenificación solemne permita una ensoñación de autoridad. El Papado, que es la monarquía más antigua, mediante el celibato de los sacerdotes se libra de la herencia de la sangre y hay una elección del monarca del Vaticano, el Papa, por el cónclave de los cardenales.

La razón empuja la elección republicana, salvo porque la desconfianza en los dirigentes políticos es superior, incluso, a la que padece la monarquía. Y un presidente de la República elegido directamente tendría legitimidad pero también más poder que un rey.
Los católicos y los creyente de cualquier religión tienen el recurso para rezar porque el próximo rey sea prudente, integro y capaz de ejemplarizar con sus comportamientos privados y públicos.

El verdadero problema es la crisis sistémica de nuestro sistema democrático, la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones y el poder de la economía financiera en nuestra sociedad. Con monarquía y también con república. En España no hay monárquicos, porque no conozco quien defienda la sucesión de la sangre.

Pero tampoco hay apenas republicanos practicantes porque no confían en quien pudiera tener el poder inherente a un presidente de la república.

Hay que reconocer al Rey Juan Carlos su ejercicio de responsabilidad al abdicar. Y hay que confiar en el comportamiento del Rey Felipe.

Pero lo imprescindible es que los partidos establecidos entiendan la necesidad de realizar una profunda catarsis que lleve la democracia española a la categoría necesaria de velar por los intereses de los ciudadanos, sobre todo de los más indefensos. Esa es la gran reforma necesaria.

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