Victoria Lafora – San Jordi y el dragón


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

Cuenta la leyenda que en Capadocia, que no en Lleida, había un pueblo aterrado por un dragón al que había que entregar jóvenes para que no devastara la localidad. Hartos sus habitantes de ver cómo ningún miembro de la familia reinante era entregada a la fiera, se opuso a seguir dando a sus hijos. Hasta que le tocó el turno a una hija del monarca a quien San Jordi salvó matando al dragón y esta le entregó una rosa.
El relato tiene mucho que ver con el abuso de poder, con la utilización del miedo de los ciudadanos y con la inoperancia de los que mandan para encontrar soluciones que no pasen por el sacrificio colectivo.
Hoy se celebra en Cataluña la gran fiesta de su patrón San Jordi y hay connotaciones de la leyenda que podrían aplicarse a la tormenta perfecta que están viviendo los catalanes en su relación con el resto del Estado. Mientras, Rajoy clama que no se moverá y Mas vuelve a repetir que habrá consulta y que será legal.
Para llegar a este choque de trenes hay un inicio que parte del rechazo del Tribunal Constitucional a la reforma del Estatut, en apartados que luego se incorporaron sin dificultad en otras comunidades autónomas; de las vergonzantes campañas de los populares pidiendo por la calle firmas contra el texto aprobado en el Parlament y en el Congreso de los Diputados; de la incapacidad de Artur Mas para gestionar la crisis económica sin demoler el estado del bienestar, del populismo de los convergentes, utilizado con tanta eficacia para culpar a Madrid de lo que ellos estaban haciendo.
Pero también de la falta de entusiasmo que suscita pertenecer a un Estado gobernado por el PP, que hace leyes como la de Educación, recortando derechos de las autonomías, quitando becas y dejando en la insolvencia a la educación pública y donde las desigualdades sociales son el precio para salir de la crisis.
Si las mayorías absolutas suponen siempre una carta blanca para ejercer el poder sin negociar, el miedo de los ciudadanos de Cataluña ha dado a su gobierno la posibilidad de desviar la atención de su pésima gestión ofreciendo el cielo en la tierra solo con alcanzar la independencia.
Ellos saben muy bien que no es cierto, pero les permite permanecer en el poder y vender la imagen de su inmolación ante un Estado opresor. Y mientras, la crisis sigue sangrando a los que menos tienen y deja a las clases medias en el umbral de la pobreza.
Una cierta progresía catalana se ha sumado a la confusa exigencia de una consulta porque es la postura políticamente correcta en estos momentos en la calle y porque nadie quiere ser tildado de españolista. Gente absolutamente alejada del nacionalismo reivindica ahora el derecho a decidir y abandona el PSC, desangrado por el debate independentista.
Da la impresión de que cualquier propuesta llega tarde. Pero aún así a los dirigentes políticos, a los que pagamos sus corruptelas, tienen la obligación de encontrar una fórmula que nos permita seguir conviviendo juntos en un mundo global.

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