Pedro Calvo Hernando – El modelo Urkullu


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Cuando escucho el discurso de Iñigo Urkullu en el Aberri Eguna inmediatamente percibo que el lehendakari sigue en su constructiva e inteligente actitud de reivindicar avances en la senda nacionalista pero sin amenazas de rupturas y sin crear más zozobras en el alma de los españoles. Eso es algo que hay que agradecerle mucho en los tiempos que corren en una España golpeada por toda clase de zozobras, entre las que obviamente sobresalen la terrorífica crisis económica y social, el desafío de muchos independentistas catalanes y la crisis generalizada de la democracia nacida de la Constitución de 1978.
El lehendakari vasco, en la estela de Ardanza, no se propone amargar más la existencia de los españoles, de los que se siente muy cercano, sino gobernar con los ideales de su nacionalismo moderado, que a la larga además será mucho más útil para avanzar por el camino del autogobierno, por el que se puede llegar muy lejos sin destrozar nada y sin amargarnos más la vida. Se ha fijado en la ruta catalana y ha llegado a la conclusión de que es absolutamente equivocada.
Al contrario de lo que muchos españoles, sustancialmente el PP, hicieron y hacen por alejarnos de Cataluña, ahora hay que pedir a todos que no se repita esa historia con Euskadi. Todo lo contrario, hay que ayudar a Urkullu no solo para que los vascos no se alejen del resto de los españoles sino para que entre unos y otros se cimente y fortalezca un sentimiento de fraternidad y cooperación que nos lleve muy lejos en lo político, lo social, lo cultural y lo económico. El habla de un modelo confederal de soberanía compartida y bilateralidad basadas en el respeto a los derechos históricos. Modelo a debatir con honradez. ¿Que eso implica una profunda reforma de la Constitución? Evidente. Y de paso, esa reforma serviría para encauzar soluciones a otros grandes problemas, como la cuestión catalana. Es posible que por esa vías de entendimiento consigamos otros cinco siglos de fraternidad territorial, pero despojada de todas las lacras que la han castigado y oscurecido estúpidamente en ese medio milenio.

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